Érase una vez, en un país muy, muy cercano vivía Barbablanca con los cincuenta millones de enanitos. Barbablanca vivía atemorizado por las malvadas brujas de la rosa con espinas que habían tenido el control del reino durante los últimos siete lustros, y añoraba recuperar el trono para emular los tiempos felices de su maestro el gran caballero de los bigotes y las abdominales Lord Faes, constructor de mil castillos y aficionado a las justas.
Barbablanca no dudo en mentir a propios y a extraños lanzando a los cuatros vientos un mensaje que sus bufones, titiriteros y juglares de segunda pregonaban por todo el reino: "cuando yo ocupe el trono todo cambiara, no me importan las monedas de oro, ni las joyas de la corona, soy honesto, justo y reinaré para los más desfavorecidos, lo juro por mi niña-princesa".
Gracias a la ayuda de los señores feudales que contribuyeron con sacos ingentes de trigo, miles de soldados y arcas de piedras preciosas, Barbablanca consiguió derrotar a las malvadas brujas de las rosas con espinas, en honor a la verdad de los hechos hemos de recordar que el príncipe de ancha frente y su cuerpo de princesas se habían ganado el desprecio del pueblo por reinar como usurpadores renegando de su linaje y renunciando a sus blasones, a su historia e incluso a parte de su familia, aún vagan por la frontera del reino purgando sus pecados.
Instalado en el trono Barbablanca clamó venganza y empezó a exterminar todo rastro del antiguo reino, creo una nueva Inquisición para vigilar a sus millones de enanitos y les racionó el consumo de trigo, les subió el diezmo, incendio unas cuantas aldeas dejando a miles de súbditos en las cunetas de los caminos.
Mientras Blancabarba exigía a sus súbditos cada vez más sacrificios, se rodeaba de un grupo de élite pelotero y servil que vivía de fiesta en fiesta tras las muralla del castillo, incluso la antigua dinastía de los reyes Torbones caía en los brazos de tal festín y perdían el tiempo de cacería en cacería, o asaltando comerciantes de la ruta de la seda para traficar con maravedíes de oro.
Un día, cuando se levantaba la bruma perpetua que rodeaba el castillo, Barbablanca sufrió la traición de uno de sus hombres de confianza, el vigilante de las mazmorras donde se guardaban los cofres con monedas de oro Sir Carcenas, enfadado porque había perdido los favores del rey, decidió escapar al reino cercano de las blancas montañas, y desde allí reunió un ejército de trovadores y escribanos que pusieron en jaque al rey.
Barbablanca brotó en cólera al ver como sus amos del reino germano y del reino anglosajón le ponían en el punto de mira y empezaban a llamarle rey corrupto, incluso desde dentro del castillo empezaron las primeras conspiraciones para derrocar al rey y nombrar un nuevo monarca, se rumorea que el movimiento fue impulsado por la Condensa Sagguirre, que desde la capital movía los hilos en busca de lo que ella creía era su destino divino: ser emperadora de los siete reinos.
Barbablanca se encontraba cada vez más solo, hasta sus dragones le abandonaban, decidió guardar silencio y encerrarse en un mutismo eterno, sus labios permanecían cerrados mientras el reino se desmoronaba a pasos agigantados porque la peste se extendía por los cuatro puntos cardinales.
Dicen los que saben del cuento que a Barbablanca se le recordará como el rey mudito, aunque los más modernos del lugar, queridos lectores, le llaman el rey "Plasmao".
Y colorín colorado este cuento, por desgracia, aún no ha terminado.