El OBSAM creyó ayer haber dado con mosquitos tigre en la Isla, hallazgo que luego tuvo que poner en cuarentena por dudas razonables. Es normal la confusión, puesto que son muy sutiles los rasgos que distinguen a las distintas especies de estos minúsculos y molestos vampiros estivales. En otros casos de ejemplares veraniegos no hay lugar para tanta duda. Por ejemplo, si el copiloto de un vehículo va repanchingado en el asiento, con las rodillas a la altura de la barbilla y con sombrero, es que es un turista de vacaciones. O si una ensaladilla se mueve, mejor no comerla. Pero a veces, las cosas no son tan evidentes, sin llegar al caso radical de las sandías, cuya calidad es imperceptible al ojo humano, hasta el extremo de que nos tenemos que fiar del pronóstico, casi siempre optimista, del vendedor de cuyos parientes nos acordamos, luego, cuando sobre la mesa lo que debería ser rojo pasión es un compendio de tonalidades y texturas más adecuadas para el cubo de la basura que para un estómago. En el término medio está quien crea dudas, confunde, como quien utiliza por escrito la variante dialectal menorquina del catalán para decir que la respeta y asume como rasgos propios de este dialecto lo que no son más que faltas de ortografía, salado excesivo (así no hay quien se lo coma) y un surtido de barbarismos. Evidencia que en verdad no hace más que disimular sin fortuna su desprecio por la lengua en cuestión. Es una táctica de confusión, rebuscada pero torpe, igual que la de aquellos políticos que haciéndose notorios en las redes sociales hacen como el calamar, es decir, expanden una cortina de tinta para ocultar las dudas más que razonables que existen sobre cuál es realmente su cometido en la vida pública, su nivel de productividad y el beneficio tangible que generan a la sociedad.
El apunte
Mosquitos y calamares
Pep Mir |