Aquella primera vez que mi vista topó con el mayor número de macetas repletas de hortensias de todos los colores fue de camino a S'Ullastrar, en la misma curva a mano derecha en que se encuentra una alta palmera, tal cual una efigie de Venus.
Contemplando aquella visión, me pregunté y di por hecho se trataba de "qualque madona", con manos de oro. Imposible ser de otra manera. Repito, jamás había contemplado tantas a la vez.
Fueron pasando los días, una vez instalada en "aquell rodol", mis ansias en conocer a la propietaria de la majestuosidad que se encontraba sobre una de las paredes de piedras, alineadas, tal cual los soldados antes de desfilar, observé a un señor que las iba regando con su jarrita de mano, con gran cuidado y esmero, tal cual cuando uno se lava la cara y no desea mojarse la cabeza. Me pregunté "¿dónde estará la señora?". Pobre de mí, ignoraba que no existía tal señora. Aquel hombre alto y espigado, parecido más a un extranjero que a un menorquín, era el autor de tanta belleza. Más tarde me enteré que las sembró con la luna llena de octubre, las arrinconó en una de las habitaciones destinadas a modo de invernadero y las fue mimando y cuidando. Es por ello que todos los años es el primero del lugar que muestra a la vecindad y a cuantos pasan por la curva de S'Ullestrar a pocos metros de Sa Botiga del mismo nombre la explosiva floración.
Y continuaba mi curiosidad, hasta que fue el señor Pepe, "al cel sia", el fundador de la tienda vecina, quien me presentó al caballero con semblante de lord.
Alguien dijo que la música amansa las fieras, a lo que me atrevo a añadir que las flores también; éstas ofrecen paz, alegría al verlas florecer, preocupación ante cualquier plaga que también las hay y armonía. En este caso a mí me aportaron una nueva amistad.
No lo recuerdo con exactitud, pero me atrevería a decir que fue poco antes de las fiestas de Sant Lluís, que junto con el señor Pepe nos dirigimos a casa de Sito. Pues sí, ya conocía cuál era su nombre.
Pepe me había hablado mucho de que si Sito aprendió jardinería de la mano del señor Font, que llegó de Barcelona para cuidarse de los jardines del señor Gabino Sintes de S'Algar, abriendo la primera tienda dedicada a floristería en Mahón. Mientras me explicaba de Sito, iba añadiendo que a él le encantaba la floricultura y que algo entendía sobre la materia; no era preciso que me lo hiciera saber, ya me había percatado de sus conocimientos, incluso me encantaba su jardín, sus parterres, con sus lirios distribuidos por colores que le había traído desde Alemania una asidua clienta de la casa. Espectaculares margariteras por doquier y rosales, muchos rosales de infinidad de colores. Pepe presumía de ser de llavor d'en primer, al preguntarle cómo podía identificarlo, me respondió que por su aroma. Efectivamente, las que llegan últimamente no huelen a nada. Me olvidaba de las calas, las que le llenaban el rincón junto a la barrera en tiempos de cuaresma.
Por fin nos dirigimos unos metros más abajo, no hubo necesidad de decir "buenas". El perro ya había pasado aviso a su amo. Sito salió a recibirnos con su pantalón corto enseñando unas piernas larguísimas, con su camisa anudada en la cintura al estilo jamaicano, algo despeinado por la ventolina en su patio. Una vez presentados, pasamos al recinto de las hortensias y un sinfín de petunias que sonreían, asomándose por la pared que da a la carretera.
En la parte trasera, tomates, berenjenas, algunos pimientos verdes y a buen seguro muchas cosas más. ¡Ah! y clavelinas, infinidad de éstas con una aroma que me transportó al patio de mi abuela "sa migjornera" que vivía en Ciutadella.
Desde un principio me demostró su contento en conocerme contestando a mis preguntas. Nació en aquel mismo lugar el 23 de noviembre de 1923, fue el mayor de tres hermanos y una hermana. Sus padres fueron Pedro Pons Carreras y María Gornés Cardona. Ella regentaba una tienda en su mismo hogar, donde acudían las vecinas en busca de los alimentos propios, como el azúcar, arroz, vianda, membrillo que llegaba de fuera, chocolate, bacalao y las sabrosas "pinxes" en Semana Santa. En uno de los rincones de aquella habitación que hacía las veces de colmado, disponían de un armario "amb vidres" con productos para las modistas, en el camino de Torret y alrededores se encontraban varias que cosían en sus casas y otras que iban por las casas, les era mucho más práctico ir a "ca na Guida Santa", tal cual llamaban a su madre.
Es fácil imaginarse a la tendera, sobrada de trabajo, hoy dirían que iba estresada, mas ella tiraba de todo, los hijos, la casa, la tienda, lavaba, planchaba hacía la comida, faenaba frente a los fogones con las mermeladas propias del sobrante de la huerta y las botellas de tomate para el invierno, y otras tantas de uvas anisadas para el fin de año.
El que menos horas pasaba con la familia era el padre, aportando el jornal con su mula que tiraba de la galera, recorriendo el término de Sant Climent, Sant Lluís, Alaior y vaya usted a saber dónde debía llegar, comprando aves, huevos, embutidos, quesos y cuanto le ofrecían. Por lo que me comentó, debió ser un sujeto espabilado, estaba en combinación con el contramaestre del buque correo Jaime I y después el Jaime II, mandando la mercancía a Barcelona. Su esposa solía quejarse diciéndole açò no pot anar, tot es dia fas un nai-nai.
Sito recuerda sus primeros días de colegial en su pueblo con el señor Saturnino y la temporada que lo inscribieron en casa de los hermanos de La Salle en Mahón. Bajar a la ciudad significaba levantarse con las gallinas aprovechando el trayecto con su padre, solía ir haciendo alguna cabezada, mientras su progenitor le decía: "Bonu ¿que tornes dormir?". Aquello duró poco. Algunas veces bajó con el coche "de punt". Pocas.
El chaval se había vuelto un chico mayor, tendría once años y era hora de pensar en el futuro, que lo encontraría trabajando en el campo, allí aprendería un buen oficio.
Su primer destino a "ca'n Biel de Torret", dormía en la torre, lugar idóneo para que los payeses no vieran cómo lloraba, no fueran a decirle que "sembles una fieta", echaba de menos a los suyos, su madre, sus hermanos, las horas se le hacían larguísimas. Lo llamaban justo a la salida del sol, "anava a encorralar, a garbejar" y cuanto fuera preciso, cuidaba de las bestias, corderos, jamás se resistía, siempre se portó de manera formal y obediente. Fue pasando el tiempo y al igual que el resto de payeses pasó por infinidad de fincas, Alfavara, Alfavaret, Turó d'en Mir, Biniai Vell; en este predio pasó nueve años, los aparceros le querían como de la familia, "l'amo" Fonso i na Benita tan solo tenían una hija Niní. Fueron buenos tiempos, se trataba de muy buena gente. Conoció muchas fincas más, hasta que le llegó el momento de hacer el servicio militar, el destino lo mandó a África, Melilla, 28 meses lejos de la familia de su ambiente i des càvec. A cambio, encontró chinches, pulgas, una comida pésima, un líquido negro al que llamaban café, que no sabía a nada. Le gustaba observar la belleza del lugar, especialmente Nador, pero la alimentación cada vez era peor, hasta el punto que adelgazó un disbarat. Sito me recordó que perteneció a Artillería de montaña.
Recordando aquel episodio militar, su semblante se entristeció, pensando en los compañeros que enfermaban, incluso algunos fallecieron de tifus y otras enfermedades infecciosas, corrían malos tiempos. Rápidamente intenté llevarlo hacia el tema de los viajes. De cuando unos amigos alemanes lo invitaron a pasar unos días en su hogar, regresó maravillado, observar el ambiente navideño, contactar con aquel frío glacial comparado con el nuestro y la belleza del lugar, el orden, la limpieza y como cuidaban los jardines y el respeto por las plantas.
Y siempre las plantas, la conversación fue larga y a buen seguro en otra ocasión intentaré continuar, en este momento debo dejarles, la masa de las ensaimadas me reclama, debiendo hornearlas. "Bones festes per a tothom".
–––
margarita.caules@gmail.com
Artículo de la revista "S'Auba" con motivo de las fiestas patronales de Sant Lluís.