Comienzo el borrador de estas líneas desde el módulo M1, no de un establecimiento penitenciario, no se alarmen (o regocijen, según la consideración que me profesen), sino del Módulo Uno de la terminal 2 del aeropuerto de Barcelona, mientras espero una conexión que me sumergirá sin mayor escala en el repertorio otoño-invernal de mi sólidamente instaurado ciclo vital, consistente en bascular entre el libro de comandas y el caballete, entre el mar y la montaña, el campo y la ciudad, la improvisación y el rigor, el colesterol y las vitaminas, la calidez y el frío, entre el sur y el norte en definitiva.
Acabo de abandonar mi querida ínsula adoptiva con el excelente retrogusto que me queda en boca tras haber sido agraciado con determinadas circunstancias favorables que no puedo por menos que agradecer a la diosa fortuna, y que paso a referirles.
a) Por un lado, el destino ha querido brindarme una temporada especialmente agradable en lo que atañe a mi pequeño negocio, hecho achacable a la suma de una inusual y apreciable ausencia de marrones tanto entre la tripulación de la nave como de cara a la clientela que ha frecuentado nuestro figón, añadido a un ligero aunque emocionante rebote en el aspecto crematístico del asunto, que no es moco de pavo, teniendo en cuenta las circunstancias adversas que han venido instalando generosamente en nuestro hardware tanto la banca como el resto de parásitos coadyuvantes en los distintos formatos que ya hemos tenido la grata ocasión de comentar en otras ocasiones (constructores de aeropuertos peatonales, repartidores y receptores de sobres, cortesanos de las administraciones, yernos espabilados, séquitos abonados a la langosta, acumuladores de dietas al palangre, sindicalistas en proceso de aggiornamento en el emergente modelo "pilla que algo queda", políticos de las más variadas tendencias, pero tendentes sin disidencias internas al culto de arrimar el ascua a su sardina y la pasta a su buchaca, etc.).
En cuanto al segundo sumando en esta cuenta de bendiciones (la caja), es justo que se adjudique y agradezca al Ayuntamiento de Mahón la parte de mérito que le corresponde como cooperante necesario en el traslado a planta del puerto de Mahón, en la UCI hasta hace poco gracias al anoréxico régimen aplicado por anteriores corporaciones. El ascensor y las jardineras han constituido un eficaz alivio a la necrosis que le amenazaba. Confiamos en que ulteriores terapias inteligentes y decididas le comporten el alta definitiva.
b) Por otra parte he tenido la reciente oportunidad de disfrutar de un par de días de holganza total que he aprovechado (entre otros agradables esparcimientos), para ir a nadar a cala Mesquida, lugar este y actividad aquella que me han brindado no poco placer rememorando sensaciones idénticas vividas hace ya tres decenios: la misma playa no mancillada por nuevas construcciones (sólo hay una caseta bien bonita y levantada en tiempos remotos), las aguas mansas y claras (soplaba lleveig), la posibilidad de bañarme desnudo (respeto a quienes son contrarios a dicha práctica, pero convendrán conmigo en que un bañador húmedo rebozado en arena no tiene nada que envidiar a una ducha con albornoz), el trepar descalzo por las rocas y observar desde ellas por un lado las casetas de pescadores y por otro el magnífico arenal y sobre todo, el constatar que Menorca sigue existiendo a pesar de los extravagantes errores que acumula sobre sus espaldas.
Remato el borrador desde un pantalán del lago Leman (mi migración anual se produce inversa a la de las grullas, constato) con el sonido de drizas golpeando contra los mástiles de los veleros amarrados. Siento que ese tintineo tan familiar, tan independiente y alejado de cualquier forma de frontera me conmueve más que ninguna bandera (y en esto voy más acorde con las grullas, presumo).