El maquillaje no es otra cosa que saber «tunearse». Para los que gustan de eufemismos, dicen que maquillarse es el arte de realzar la belleza. Lo contrario bien podría ser como si a una estupenda paella o a un buen asado les faltase la sal.
No quiero seguir por ese camino, porqué a decir verdad, soy uno más de los agavillados en el grupo de los que nos encanta una mujer bien y sabiamente maquillada, aunque en eso no pueda evitar un reproche conmigo mismo, porqué por otro lado pienso, que toda la belleza conseguida a fuerza de maquillarse, en puridad es añadirle al rostro con artificios la belleza que nos negó la naturaleza. Es como si la cara fuera un retrato mal acabado, que necesita del retoque artificial para ser lo que no es.
La mujer tiene esa facilidad. Los hombres no. Por eso, para socorrer lo que la técnica del maquillaje y el pudor propio nos niega, acudimos al ingenio y decimos: «el hombre y el oso, cuánto más feo más hermoso».
¡Hombre! y ¡una mierda! Yo me miro al espejo y convengo conmigo mismo que necesito tunearme ya mismo. Un día de estos mandaré vía internet a un amigo mío, médico tuneador de caras, mi careto, para qué estudie si tengo remedio, y de paso sin compromiso que me mande un presupuesto.