Mi madre murió de cáncer tras pelear seis largos años con la enfermedad. Ni me acuerdo de las veces que tuvo que viajar a Barcelona para someterse a duras sesiones de radio y quimioterapia. Eran otros tiempos, hace casi 20 años, cuando al volver se te caían las fuerzas y algo más, y nadie te daba compensación ni dieta alguna por el desplazamiento.
Desde entonces celebro cada vez que un enfermo de cáncer, en su lucha callada y diaria, le gana el pulso a la muerte. Todos tenemos a alguien cercano que se ha enfrentado a este desafío y sabemos de las penurias que acarrea. Bastante hay con someterse a las radiaciones para, encima, no poder reponerse en casa del castigo que dejan en el cuerpo esos cinco minutos terribles.
Por los 80 menorquines que combaten ahora esta enfermedad y los centenares que deberán medirse a ella en el futuro, debemos celebrar que, en un momento tan crítico, el Govern quiera pagar 1,3 millones al año para dotar de un servicio de radioterapia propio a la Isla.
Puede que sean los 16.250 euros por cabeza de dinero público mejor invertidos de los últimos años. Aunque el umbral de la rentabilidad esté en tratar a un mínimo de 120 enfermos y, sin quedar integrado en el mismo concurso que Eivissa, el servicio en Menorca no sería viable.
La pena es que, una vez más, nuestros políticos no hayan sabido consensuar de antemano una inversión de tal calibre y, por eso, no han recibido de las entidades una acogida tan exultante como la que exhibían Bauzá, Tadeo y sus consellers minutos antes del anuncio oficial.
Así los afectados recelan de la calidad del servicio. Y los padres de niños con cáncer aún prefieren ver tratados a sus hijos en Palma. Y todos, sin excepción, reclaman que, mientras, suban las dietas, se pague la deuda y se construya una residencia en Son Espases para alojar a enfermos y familiares. Con acuerdo, los 16.250 euros habrían sido aún mejor empleados. Y entonces sí, todos -y no solo los políticos- tendríamos más motivos para celebrarlo.
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