Creo que en esta ocasión, y sin que sirva de precedente, he de ponerme en modo solemne, porque de nuevo el profesor Rodel, entre caña y fino, derramando graciosamente su saber, me ha hecho partícipe de unas emocionantes palabras pronunciadas hace alrededor de dos mil quinientos años por un tal Pericles , recordadas posteriormente por el historiador griego Tucíclides y a las que les ruego presten atención:
«El estado democrático debe esforzarse por servir al mayor número de ciudadanos; debe procurar la igualdad de todos ante la ley; debe conseguir que la libertad de los ciudadanos dimane de la libertad pública; debe acudir en Socorro del débil y dar el primer puesto al mérito. El armonioso equilibrio entre el interés del Estado y el de los individuos que lo componen, garantiza el desenvolvimiento político, económico e intelectual de la ciudad, protegiendo al Estado contra el egoísmo individual y al individuo, gracias a la Constitución, contra la arbitrariedad del Estado».
Me pregunto si alguno de nuestros tres últimos amados líderes sería capaz de calzar este bello zapato de cristal que nos presenta Pericles:
¿Quizás Aznar, cuyo ego resulta ser el único gadget de su anatomía más voluminoso que su pie, capaz de meterse en charcos tan onerosos para el Estado como sumarse a una guerra con la única justificación de su deseo de compadrear con el entonces boss del mundo mundial?; ¿Zapatero, cuyo concepto de igualdad de todos ante la ley se traduce en indultar in extremis al consejero delegado de un gran banco sin que nadie acierte a comprender ( ni su cuadrilla le recrimine) el motivo real de tal proceder? ¿O quizás Rajoy, que al parecer interpreta su deber de socorrer al débil haciéndose correosamente el sueco, mintiendo con descaro al Parlamento, dando el visto bueno a la destrucción de unas pruebas que hubieran podido ayudar a desentrañar un asunto tan relevante para los intereses de los ciudadanos como es el de los sobres sin sello?
Sinceramente me temo que ninguno de ellos dé la talla. Intuyo que en este cuento, de no haber un nuevo casting, no tendremos cenicienta plausible y el zapatito quedará con toda probabilidad en stand by también la próxima legislatura.
Nuestro verdadero drama consiste en que a los actuales estadistas les separa de Pericles un abismo insondable: mientras que para el político griego la democracia representaba un instrumento para equilibrar los derechos del individuo y el interés del Estado, nuestros mediocres líderes interpretan la democracia como un nicho idóneo donde encontrar un modus vivendi bien remunerado (sumemos las prebendas fuera de cámara), donde la obligación de consultar al pueblo cada cuatro años no supone para ellos más que un penoso marrón del que prescindirían gustosos cuando son gobierno y que anticiparían felices en caso de estar en la oposición. De manera que lo que nació como una herramienta para el establecimiento de equilibrio y justicia se ha convertido en un fondo de pantalla sobre el que dejar impresas unas cuantas mentiras con la esperanza de que los ciudadanos, picando en el trampantojo, les permitan seguir chupando del frasco otra larga temporada.
La verdad, la justicia, el bien común, pasan así a ser simples obstáculos a sortear o parapetos donde esconder las ambiciones personales, los compromisos adquiridos , no con los electores, que una vez depositado el voto pasan a ser un estorbo, sino con los mandos del partido o con quienes subvencionaron los gastos publicitarios de la farsa representada y darán el visto bueno o vetarán las medidas que se adopten, revestidas a posteriori con una manita de pintura que aparente soberanía.
Yo diría que ya está bien de mancillar la democracia. Propongo castigar a los partidos hegemónicos negándoles nuestro voto, dando una oportunidad a nuevos postulantes inéditos. Propiciemos así una verdadera reflexión en aquellos que llevan demasiadas legislaturas tomándonos el pelo. Busquemos con valentía una cenicienta que calce con convencimiento y sin apreturas el zapato de Pericles.