El sectarismo es mi bestia negra, seguida de cerca por los nacionalismos, con los que emparenta ontológicamente. El primero es una inveterada plaga, la que crispa a este país todavía llamado España y al que paraliza cuando no lo destruye. La RAE define al sectario como «secuaz fanático e intransigente, de un partido o una idea», y en «El País», días pasados, venía un ejemplo en verdad paradigmático, pues se trataba del sectarismo religioso, el peor y más escandaloso de todos: se reclama de Dios, y nuestra guerra civil fue su ejemplo más atroz. Sectarismo entre suníes y chiítas, entre católicos y protestantes, el de los mahometanos contra todos los demás, el de entre los peperos y los sociatas, y, last but not least, el de los judíos, ese pueblo que se autodenomina pueblo elegido; elegido par Dieu-lui-même, evidentemente...
El paradigma es el gran rabino sefardita (sic), Ovadia Yosef, recientemente fallecido (R.I.P), que fue ministro en varias etapas, y como jefe espiritual (sic) de un partido era el árbitro más despiadado frente a los palestinos. En uno de sus sermones rogaba a Dios que «golpeara a los palestinos con una plaga por ser malvados y odiar a Israel». Y en otro sermón (sic), en el 2010, proclamaba: «Los goyim (nombre despectivo con que se denomina a los no judíos) nacieron solo para servirnos. Sin eso, no tienen lugar en el mundo, solo servir al pueblo de Israel».
¡Aleluya!