Acostándome con luz aunque me apaguen la vela, dice el refrán. Claro que para que se entienda tendría que haber escrito Luz con mayúscula, pues ahí es nombre de mujer. Por cierto que existe otro refrán que asegura: luz apagada mujer encendida. Dicho con otras palabras, el que no se conforma es porque no quiere. Es como aquel pastor de alta montaña que salió una vez en televisión. Tenía muchísimas ovejas y casi ningún diente. El entrevistador le preguntó qué hacía por las noches, sin luz, sin televisor y sin nada, y él se echó a reír y señaló a la parienta, que encabezaba el desfile de sus doce hijos por lo menos. Dice que qué hacemos por las noches, je, je... Todo muy idílico.
Pues bien, ahora los ayuntamientos se enfrentan a la disyuntiva de tener que ahorrar en el alumbrado navideño y satisfacer a los comerciantes. Habrá sus más y sus menos pero casi todas las ciudades encenderán las farolas de modo alternativo y pondrán bombillas de bajo consumo. Por lo que se refiere a los adornos, llegarán a acuerdos con las asociaciones de comerciantes, que no deberían ver mermados sus ingresos por falta de reclamo eléctrico. ¿Qué haría el pastor si lo soltaran por navidades en la gran ciudad? Seguro que se dejaría guiar por las luces multicolores, los árboles llenos de estrellas artificiales y los locales profusamente iluminados. Luego a lo mejor se metería en un antro con poca luz, pero con mucha música. Sin luz no hay gasto, y sin gasto no funciona la economía. La sociedad de consumo se basa en la circulación del dinero; si cerramos el grifo, si apagamos la luz, las únicas que van a salir ganando serán las comadronas. Pero bueno, a lo mejor los hijos volverán a nacer con un pan bajo el brazo, como antes, porque lo que es ahora vienen al mundo con una Tablet o una videoconsola.
Como antes, cuando las calles eran caminos desiertos, con un farol de luz anémica clavado en lo alto de un poste que tenía cara de perro famélico y no evitaba que te metieras en todos los charcos habidos y por haber. Antes, cuando nos calentábamos con un brasero debajo de la mesa camilla que avivábamos con un tenedor viejo para que se encendiera en mil puntitos como mil estrellas. Antes, cuando nos lavábamos una vez por semana, calentando una olla de agua en la cocina de carbón. Me dicen que muchos hogares ya han vuelto a esta penosa situación, porque con 400 euros al mes nadie puede derrochar luz ni butano para calentarse. Pero puede acostarse con luz, digo con Luz.