Las televisiones públicas son, junto con el sueldo de los políticos y los fuegos artificiales de las fiestas, protagonistas de los argumentos del tipo, «no hay dinero para becas pero sí para...» Admito que servidor también ha caído en la tentación demagógica al conocer datos como que la transferencia que el Consell ha rascado con sangre, sudor y berrinches es idéntica al presupuesto de IB3, o simplemente al tener que sufrir por imperativo familiar algún bodrio castizo del canal balear.
Dos fallecimientos aportan luz al debate sobre la existencia de las teles públicas: Canal 9 y, esta semana, Fernando Argenta.
Canal 9. Es inconcebible un canal público con contenidos idénticos a los de las cadenas generalistas privadas que han convertido el zapping en un frenesí para el dedo pulgar. Tampoco se entiende que paguen burradas de dinero por emitir grandes fastos deportivos automovilísticos o futboleros. Es decir el tombolero modelo multimillonario de Canal 9 no se admite, ni por buena parte de su contenido ni por la magnitud del dispendio.
IB3 puede existir, sí, pero con mesura en las facturas y claridad en los objetivos, que deben ir más allá del equilibrio lingüístico y la vertebración territorial. Se puede colar una película, una serie propia artesana, pero ante todo el alma del canal territorial tiene que ser la información cercana (lo de objetiva ya...)y la divulgación de contenidos imposibles de encontrar entre el griterio insoportable de tertulias y estresantes concursos de cocina.
Argenta. El paradigma de lo que debe ser, si es, IB3 y cualquier tele pública lo representa el recuerdo de Fernando Argenta y su «Conciertazo», delicia que se emitía en un horario canalla en el canal de las siestas en plena sabana africana. La música de Argenta marca el camino a seguir, el estruendo de Canal 9 el precipicio a evitar.