Está visto que los seres humanos complementamos el lenguaje hablado con el lenguaje corporal, a base de movimientos y gestos. A veces hacemos con los dedos índice y corazón de cada mano señal de que lo que decimos va entre comillas. Es un gesto que incluso se ha puesto de moda, porque sale en telefilmes y películas. Otro gesto parecido es el de dar golpecitos al reloj para indicar que alguien llegó tarde. O el gesto de llevarse la mano al sombrero para saludar, aunque ya casi nadie lleva sombrero. O a lo mejor el mismo gesto de saludar con la mano en la sien como hacen los militares, o estirando el brazo como los romanos, o levantando el puño izquierdo, saludos característicos de la derecha o la izquierda políticas enfrentadas en guerras pasadas y debates constantes. O a lo mejor lo de hacer como que apartamos una mota de polvo con la mano, en el sentido de que le dejen a uno tranquilo, que ilustraría los conocidos versos de Góngora: «Déjame en paz, amor tirano, déjame en paz».
A veces estos movimientos no son intencionados y no nos damos cuenta de que los estamos usando. Nos acercamos a los que tenemos más confianza, o a los que queremos más; hacemos guiños con los ojos, levantamos las cejas, separamos las manos para decir que hemos pescado un pez así de grande o movemos sucesivamente la silla para aproximarnos a la mujer de nuestros sueños como creo recordar que hacía Bartomeu de son Tica con su amada Francisca en la zarzuela «Foc i fum», de Francesc Rosselló sobre libreto de Joan Benejam, que suele representarse durante las fiestas de Sant Joan en Ciutadella de Menorca. Por cierto, es aconsejable que un buen político domine el lenguaje corporal, no sólo para convencer al auditorio, sino para percibir cuándo le está cansando o cuándo consigue enfervorizarle, porque el cansancio, el tedio o el entusiasmo también los expresamos involuntariamente y sin decir palabra. No hay que esperar a que se duerma una vieja, como me ocurrió a mí una vez en el Ateneo de Barcelona, aunque luego, al final de la conferencia, vaya a despertarse y aplaudir a rabiar. Yo pensé que aplaudía porque le había curado el insomnio.
Hoy mucha gente hace el gesto de que habla entre comillas, se ha puesto de moda, igual que lo de decir «¿Y?» cuando no entendemos algo. Estamos perdiendo vocabulario, o tenemos tanta pereza de usarlo como ese joven que le dijo a su madre por el móvil, en el metro de Barcelona, TKM, porque le daba permiso para ir al cine: «Te Kiero Mucho».