Paseando por Barcelona, donde tu juventud deambula por calles rectilíneas, te enteras de que la renta en Pedralbes es seis veces más alta que en Ciutat Meridiana. No solamente los países presentan enormes contrastes de bienestar y riqueza. En una misma ciudad se reproduce el mundo. La desigualdad está instalada en el sistema. Mientras muchos tienen necesidades acuciantes, otros pueden permitirse mil caprichos. Barrios que son un microcosmos, donde la gente vive y muere sin salir de su círculo invisible.
Esos círculos se entrecruzan mientras buscamos nuestro destino. La diversidad es irreversible y sexual, y nos configura desde que nacemos. Si no aprendemos a tratar con ella, padeceremos penosas consecuencias. No es una malhumorada resignación, sino el firme convencimiento de la riqueza que nos puede aportar lo desconocido, lo extraño, lo ajeno, lo diferente…
Zygmunt Bauman, en el libro «Sobre la educación en un mundo líquido» nos habla de mixofobia (miedo a los extranjeros) o mixofilia (alegría de convivir en la diversidad). Reacciones contrapuestas ante un mundo tan globalizado, que va a ponernos a prueba con una creciente frecuencia y nitidez.
Ante la tentación de responder a la complejidad e inseguridad de este mundo desconcertante con la ilusoria vuelta mental a lo simple y homogéneo, necesitamos escuchar una voz insistente que clama en el desierto:
- Lo que Dios ha mezclado, que no lo separe el hombre.