Diez años después de su fallecimiento -tal día como hoy del 2004- aún escucho las palabras, sabias y prodigiosas, que resumen toda la filosofía vital de Joan Riudavets Moll: «lo importante no consiste en cumplir años, sino estar en paz con los demás y con uno mismo».
Nació en Es Migjorn Gran en 1889 y falleció a los 114 años. En el momento de su óbito, que esperaba con serenidad, era el gran superviviente, porque figuraba en los registros y el Guinnes de los Récords, como el hombre de más edad del mundo: 114 años.
«Vamos a charlar con al abuelo», exclamaba el entonces presidente del Gobierno, José María Aznar, en la anual visita al migjorner más universal durante sus vacaciones menorquinas. Y Joan Riudavets sorprendía a todos por su lucidez, su humildad y su serenidad. Atesoró tantas experiencias y vivió tanta Historia que su conversación era un gran lección de sabiduría y humanidad.
El presbítero Llorenç Olives, menorquín culto e inquieto que compartió durante su etapa como párroco de Es Migjorn largas horas de amistad y conversación con el «avi de Menorca», explica que «a Riudavets se le conocía como un republicano agnóstico, pero no descartaba nada, abierto a lo que vendría después del largo viaje». Un día le confesó que «lo que sea, sonará», refiriéndose al más allá. El menorquín de los tres siglos vivió la llegada del primer coche a Menorca, del teléfono, la electricidad, la radio, la televisión y con la curiosidad que mantuvo intacta hasta el final, siempre descubría nuevas cosas.
Personaje prodigioso y muy querido, Riudavets comenzó a trabajar a los 8 años. Al fallecer, percibía una pensión de 285 euros, pero la primera paga de jubilación había sido de 33 pesetas. Sincero, reconoció al rey Juan Carlos que había sido fiel a sus ideas republicanas, pero a continuación le dijo que «si se presenta a presidente de la República, le votaré».