Exterior, noche. Una mujer toca el piano en el porche de una casa blanca, situada en medio de un pueblo, en una isla situada, a su vez, en medio del mar Mediterráneo. El público asiste en silencio absoluto al recital, solo algunos pájaros nocturnos aletean de tanto en tanto, y la luna, partida por su exacta mitad, asoma ya entre las hojas de las palmeras. La película se llama «Los conciertos de Villa Jardín» y la directora es Pilar Alonso, quien desde hace ya diecinueve años organiza, a través de Fidah (Fundación Internacional para la difusión de las Artes y las Humanidades), estas veladas musicales en el patio del mes de julio, en su residencia de Sant Lluís. La mujer al piano es Catherine Remillieux, concertista y profesora de piano y música de cámara en el Conservatorio de Clichy y en la Escuela de Música de Fontenay le Fleury. La película avanza, las velas se consumen sobre un candelabro en una esquina del porche, tintinean al ritmo de las notas que van envolviéndolo todo (hasta los pájaros callan). Algún suspiro se deja oír entre un público repartido en las sillas que pueblan el espacio, y que también callan.
En otra casa, una mujer en paro y su marido, también en paro, se disponen a preparar una tortilla para la cena de ellos y sus dos hijos de veintitantos, también sin trabajo, y escuchan en la radio que el Gobierno aprueba, de nuevo por Decreto ley (8/2014), una norma de 172 páginas del Boletín Oficial del Estado que incluye un batiburrillo de regulaciones que van desde la privatización del Registro Civil, el allanamiento del camino a la privatización de Aena, pasando por la ley del cine, los drones, la declaración de municipios turísticos y la regulación de los horarios comerciales o unos actos en honor a Picasso. Entre medias, cuelan modificaciones presuntamente positivas para centrar la atención en ellas mientras se frotan las manos con el otro centenar de páginas. La democracia parlamentaria está en un ay gracias a esta forma caciquista de gobernar (ya sin disimulos) y es que el Decreto Ley, explica la tertuliana desde el aparato de radio de la cocina al son del batir de huevos, es «una forma excepcional de aprobar normas con rango de Ley que por mandato constitucional requiere extraordinaria y urgente necesidad». Para el Partido Popular, que gobierna como quien trata de salvar sus pertenencias (léase 'negocios') de un incendio (léase 'fin del bipartidismo'), la excepcionalidad se ha convertido en ordinaria. La pareja se mira y decide cambiar de emisora. Suena ahora música clásica.
En la isla, continúa el recital, porque estas citas son, año tras año y gracias al tesón de Alonso, a su sensibilidad, a su fe en la cultura como algo que nos puede/nos debe salvar, un paréntesis de belleza y de luz. Las manos de Remillieux, que no necesita partituras, dudan un instante, quedan suspendidas en el aire y algo parece cruzar su mente. Vuelve, sin embargo, con todas sus fuerzas, a la conversación que desde que tenía seis años mantiene con el piano. Remillieux mira más allá de las teclas: colores, matices y espacios en blanco. Parece hablar de lucha, de angustia y de reconciliación, pero qué más da, hay que seguir las instrucciones que ella misma ha dado al inicio: «Y ahora, dejemos que la música reine, poderosa y soberana».
Suena la campanilla de Villa Jardín, fin del descanso. Es el turno de «Claro de luna», y me acuerdo de un amigo que también da cobijo a un piano en un porche, sólo que él vive en una caravana y construyó el porche expresamente para su piano. Remillieux sigue su charla, ahora parece que discute, que reta al otro. Una mujer se quita las gafas en este patio salpicado de flores y se acerca el libreto hasta la nariz para tratar de leer el título de la pieza: vuelve a ser Debussy, ahora los dos libros de los «Préludes», y el nombre que buscaba es «Les sons et les parfums tournent dans l'air du soir» (Los sonidos y los perfumes giran en el aire de la tarde), de un verso de Charles Baudelaire. La poesía, no hace falta leer ningún título, está presente. Y así acaba esta película que está a punto de comenzar, con la imagen, en la fila delantera, de otra mujer que se enjuga dos lágrimas. Nadie sabe qué recuerdo le ha devuelto la música. La noche sigue despejada, como todas esas noches de verano que parecen no querer acabar y que todo el mundo recuerda alguna vez, con nostalgia, en algún concierto, en algún jardín. ¿Se llora más por lo que ya pasó o por lo que se dejó pasar?
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