La apercibí al final de mi calle gracias a su frondosa cabellera flameando al viento, precisamente cuando doblaba la esquina… La escritora Françoise Sagan hubiera escrito aquí mon coeur battait la chamade, pero yo añado un légèrement entre el verbo y el sustantivo, pues han transcurrido más de diez años... Supuse que habían llegado el mismo día, ella y su hija, y que procedían del Spar, cargadas de los primeros avíos para su larga estancia veraniega, y entre éstos no faltaría el agua mineral en abundancia, necesariamente Solan de cabras. La había abordado en un Eroski, después de seguir un rato la rotunda esfericidad de su culo, mientras ella empujaba un carrito repleto del agua citada. «No se olvide usted del vino, señora»- le dije. Pero ella era abstemia, vegetariana y no fumaba...
Fue una intensa historia de amor que duró casi dos meses, entre alguna lágrima furtiva y versos de Neruda, pero terminó de un modo atroz. (Stendhal escribió que los amores que terminan mal son los únicos que dejan huella, y él sabía mucho de esto: todos los suyos finiquitaron así).
De regreso a su casa, y después de repetirme que me esperaba con ansia, ella tuvo un subidón de bipolaridad e inició el despellejamiento punto por punto de nuestra historia hasta rebajarla, como si hubiera sido sólo una sucesión de polvos y ella otra turista calentorra. En el estrambote, ella me fusiló: «No literaturices, no literaturices»… ¡Socorro!