No recuerdo que los chicos y chicas tuvieran nombres muy raros en los años cincuenta. Casi todos eran nombres de santos, y solían evitarse los más raros, como por ejemplo Cucufate. Pero a mi padre le pusieron Doroteo y aunque le llamaban Doro no estaba muy satisfecho con su nombre. Mi madre sí lo estaba con el suyo, aunque a mí no me parecía gran cosa; se llamaba Francisca, pero la llamaban Paca. No, esos nombres no me gustaban, aunque eran corrientes. En aquella época había obligación de poner el nombre en castellano, y la gente solía poner dos nombres por lo menos, aunque sólo usaban uno. A mí me pusieron Pablo Ignacio Isidoro de los Sagrados Corazones de Jesús y de María y acabé llamándome Pau a secas. Los nombres más raros que se veían por entonces eran algo así como Ambrosio, con lo que los profesores de entonces, poco caritativos, terminaban por asegurar que eras «la carabina de Ambrosio»; o bien salían nombres extraños en los tebeos, que luego se llamaron cómics. Uno de los más chocantes era el de doña Urraca, que además de ser el nombre de Doña Urraca de Castilla es también el de un ave muy inteligente. Eran nombres que definían de algún modo al personaje, como el de Carpanta, que siempre tenía «carpanta», es decir, un hambre atroz.
En los años sesenta aparecieron nombres llamativos propios de cowboy enteco y avispado como Johnny, que a veces designaban a muchachitos que ni siquiera se llamaban Juan. A veces se trataba sólo de motes, cuestión en la que había una falta de piedad manifiesta. Lo que se llevaba mucho era que te dijeran Sito, o Tito, aunque te llamaras Lorenzo o Francisco. En ese caso el Papa Francisco sería el Papa Tito. Por cierto que por entonces había en Yugoslavia un presidente al que llamaban el Mariscal Tito. Luego ya, cuando llegó la democracia, uno podía reescribir su nombre, y yo me puse Pau porque era lo que me decía todo el mundo. Recuerdo que Pedro Caldés Rusiñol se puso el nombre como Dios manda –en caso de que Dios hable catalán-: Pere Calders i Rossinyol. Luego la cosa ha degenerado mucho. Hoy le ponen al hijo o a la hija el nombre que quieren. Nombres hebreos como Ester, Moisés o Jana, nórdicos como Eric, gallegos como Olalla, portugueses como Nuno o islámicos como Nur; conozco un joven que se llama Ubal porque su padre se llamaba Ulises y su madre Balbina, de modo que hicieron un combinado. Hoy si quieres le puedes poner a un hijo Cojoncio Alba, como un personaje de Camilo José Cela en «La colmena».