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Asseguts a sa vorera

Más allá del ombligo...

Mira, ¿te ves el ombligo? Pues resulta que más allá hay un mundo entero por descubrir. Empezando por tus rodillas, por ejemplo, los pies si te pones en plan aventurero

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Mira, ¿te ves el ombligo? Pues resulta que más allá hay un mundo entero por descubrir. Empezando por tus rodillas, por ejemplo, los pies si te pones en plan aventurero o cualquier país que no conoces si finalmente te has venido arriba y te da por abandonar la comodidad de esa burbuja en la que solo cabes tú y tus ideas. Y resulta que cada país tiene sus correspondientes habitantes. Los hay que tienen unos tonos de piel más pálidos, otros más oscuros e incluso algunos parecen amarillentos. Los hay rubios y rubias, morenos y morenas, pelirrojos y pelirrojas. Por no hablar del color de los ojos porque hay quién incluso tiene uno de cada color y ve igualmente. Unos hablan raro mientras que otros hablan muy raro y luego está el ruso, que es el colmo de lo raro.

Sucede que en todo el mundo, esa bola que incomprensiblemente flota en el espacio, que te parece inmensa y que en realidad es una insignificante mota de una insignificante mota de polvo en el universo, hay algunas cosas en las que todos somos iguales. Si nos hieren, lloramos. Si nos hacen daño, nos duele y si nos hacen un corte, de él brota la sangre del mismo color rojo. Si tú te empeñas en que somos diferentes, lo respetaré pero no lo compartiré.

Somos animales asustadizos, le tememos a la muerte y a todo lo que en general nos resulta desconocido. El amor nos deslumbra cada vez que se posa en nosotros y nos envuelve. La risa nos hipnotiza y más cuando es la de un niño feliz en su ingenuidad.

Por eso, no entiendo porqué nos dedicamos a matarnos los unos a los otros. No comprendo qué razón nos lleva a querer arrebatarle el bien más preciado a nuestros semejantes. Tenemos la posibilidad de vivir en un escenario maravilloso, idílico... Cada vez tengo más claro que el gran problema que tiene el planeta Tierra es el ser humano. No hay ninguna guerra, ningún dios, ninguna religión, ningún bien preciado ni absolutamente ningún motivo que justifique una muerte. Ni siquiera la venganza, por mucho que sea una bandera que ondee con fuerza y a la que resulta tremendamente fácil y atractivo agarrarse en un momento de desesperación.

Este es uno de esos artículos que me encantaría no haber escrito nunca. Ni tan siquiera haberlo imaginado. Pero bueno, entre mis manos estaba la opción de, como te comentaba al principio, quedar mirándome el ombligo, feliz en mi burbuja o plantearme mirar más lejos. Y más allá de mis pies hay un mundo que entre todos deberíamos cambiar.

dgelabertpetrus@gmail.com

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