A mí lo que me pasa es que soy demasiado menorquín. De un tiempo a esta parte se me han curado muchas tonterías de adolescente y ahora, por encima de todas las cosas, me considero ciudadano menorquín y después del mundo. Por eso he intentado desempolvar mi menorquín para compartir contigo, amigo lector, las ideas que me revolotean por la cabeza.
Pero de tan en menorquín que estaba escrito he tenido que rectificar y escribirlo en castellano, por el bien de mi lengua. Y es que hoy, día de Sant Antoni, no tenemos que perder el tiempo discutiendo si somos más catalanes o más españoles, o al revés. Hoy aparcamos las chorradas a un lado y nos dedicamos a la sobrasada, ses herbes dolces, a agafar un mig serol y a cantar Sa balada d'en Lucas.
Pero como te decía, a mí lo que me pasa es que soy muy menorquín. La piel se me pone de gallina con una facilidad pasmosa solo con oír las primeras notas del Jaleo y no vacilo a la hora de ponerme la mano en el pecho cuando suena Un senyor damunt un ruc. A veces, cuando me miro en un espejo no se si estoy moreno o el tono es culpa del polvo del Camí de Cavalls que se me ha pegado de tanto recorrerlo para arriba y para abajo. No negarás que te deja un color único.
Cuando estoy sentado a la orilla del mar me entran las dudas de si por las venas me corre sangre o en algún momento hice un chanchullo y me la cambié por agua salada. De esa fresquita y turquesa propia de los meses previos al verano cuando los visitantes todavía no han tenido tiempo de ensuciarnos las playas. Es entonces cuando mantengo una acalorada discusión con el imbécil que hay al otro lado del reflejo que gira en torno a si el agua que me corre por las venas es de Sa Mesquida, Cap den Font, Binissafuller, Es Talaier o Cala Tortuga. Siempre acabo con la misma deducción: «En realidad me da igual mientras sea agua menorquina». Sin nitratos, claro.
Hubo un tiempo en el que tal día como hoy intentaba reunir a un grupo de amigos que tengo repartidos por la Isla y entre sobrasada, carne, líquido y cantadas intentábamos solucionar el mundo mientras el día de Sant Antoni iba consumiéndose como un tronco al fuego que ya no da más de sí y lo único que queda son las brasas, que aunque no lo parezca está encendido y dando calor. A esta metáfora la podríamos llamar, por ejemplo, recuerdos.
A mí lo que me pasa es que soy demasiado menorquín, más menorquín que la pomada. Seguramente en ningún momento deseé nacer en Menorca sino que tuve esa suerte. Y ahora todos con el vaso bien arriba, brindemos por los que están y los que ya no están. Por ti. Por mí. Por nosotros.
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