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De aquí y de allá

Balears y Canarias

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Si durante siglos la insularidad ha condicionado en extremo a las islas Balears, a las islas Canarias las ha condicionado la lejanía.

En Balears, marineros y pasajeros, de paso, intercambiaban con nosotros, ideas, estilos, productos, etc. Un sinfín de trueques que permitía quitarnos la etiqueta de solitarios, de aislados; en fin, abrían una ventana al exterior. Canarias carecía de ventanas, no era una ruta de paso. Solo algún barco de la Armada Española llegaba hasta esta remota tierra. La lejanía superaba con creces por lo tanto los inconvenientes que genera la insularidad. No había trueques. Canarias estaba en verdad aislada. Nadie dejaba en ella su impronta.

Un ejemplo, trivial si se quiere, son las recetas culinarias, traspasadas por los forasteros. Porque alguna germina y se convierte incluso en una más de la tierra. Cualquier anciana, en Canarias, sabe guisar seis platos autóctonos, exquisitos. Pero, solo seis. Si hubieran proliferado los visitantes seguramente habrían aumentado hasta doce, combinados además con los ingredientes importados. El handicap de la lejanía ha marcando no solo la cocina canaria, sino también su idiosincrasia. La ausencia de otras culturas ha mantenido al nativo en su más estricta pureza, a costa sin embargo de sublimar lo foráneo. Invariablemente todo lo de afuera resulta mejor que lo autóctono... lacra que no se cebó con nosotros, baleáricos, por haber ido conociendo el paño, año tras año, con la gente de paso.

En la actualidad todo ha experimentado un vuelco. Es ya historia. Yo pienso a veces que en vez de estar lejos del continente, tanto Canarias como Balears, están cerca. Desde la aparición del transporte aéreo es una cuestión de minutos o de horas posarse en suelo isleño. Los estigmas derivados de la insularidad o de la lejanía con la celeridad que avanza el mundo, pueden llegar a ser virtudes, que a efectos de la economía, la sanidad y los estudios nunca lo serán, sobre todo para las islas menores.

De todos modos yo me quedo con un chiste menorquín de antaño que bien podría también ser canario:

Una señora peninsular, veraneante, le pregunta a la pescadera: «¿Qué hacen ustedes, aquí, en invierno?» Ésta le responde: «Rezamos para que usted no venga en verano».

Esto, de todos modos, acaecía antaño, cuando Menorca era un fortín industrial de primer orden. Actualmente, por las vicisitudes económicas, la necesitamos... Rezamos para que nos visite la muy lenguaraz.

florenciohdez@hotmail.com

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