La crisis está resultando corrosiva. Una crisis provoca descomposición, división, enfrentamientos...o tiene efectos positivos al ayudarnos a superar obstáculos, regenerarnos o replantear hacia dónde vamos y lo que estamos haciendo. La juventud pide paso para mejorar las cosas y salir adelante. La opinión pública ha dicho «basta» a la corrupción instalada en los partidos (bueno, no sólo en los partidos). Unos líderes corruptos se envuelven en la bandera para tapar sus vergüenzas, desviar la atención y quedar impunes. Los partidos emergentes han recogido esa indignación popular ante un sistema que nos llevaba al precipicio. «Vivamos a todo tren, que el pueblo pagará la factura». Bonita consigna. Hasta que llega el cobrador del frac y nos recuerda que nos hemos pasado gastando (o robando). Una sociedad justa cohesiona más que una sociedad donde unos ganan y los otros pierden. Desmoralizado se vive peor.
Los moderados tendrán que salir del escondite porque el odio radicaliza. Sus raíces son profundas y se alimentan de rencores mutuos. Sus frutos florecen entre la miseria material o moral que nos rodea. Debemos luchar contra el odio como luchamos contra el fuego, pues también chamusca vidas, arrasa lo que encuentra a su paso y se propaga sin control.
Prudencia, honradez, diálogo, sinceridad, humildad, tolerancia... palabras desterradas en alguna isla lejana. Vayamos a rescatarlas antes de que sea demasiado tarde.