El juez ha dado la razón a una mujer que se rompió un brazo en las fiestas de Sant Lluís cuando, empujada por otras personas que se apartaban de un caballo, cayó al suelo y se le vinieron encima. El desgraciado accidente viene a sumarse a una cadena de sucesos que en los últimos años han hecho que los ayuntamientos se pongan a temblar cuando se acercan las fiestas patronales.
El accidente mortal en las fiestas de Sant Joan de 2014 ha sido sin duda el más grave de los acontecidos; también el ocurrido en las fiestas de Fornells en 2004, cuando un joven quedó tetrapléjico al ser empujado al mar desde el muelle. En comparación, el accidente de 2009 en Sant Lluís es de menos relevancia en daños y cuantía de responsabilidad civil, pero como la propia alcaldesa admite, sienta un precedente -o lo refuerza-, que obliga a los consistorios a ir con pies de plomo en estos días de festejos y excesos. Es generalizada la celebración de fiestas patronales en nuestro país con los animales, muy a su pesar, como protagonistas, una tradición que no comparto. En algunos lugares la fiesta y las costumbres amparan directamente la tortura, aquí al menos los caballos son admirados y no es la intención ni el objeto de la celebración causarles daño, ni que ellos lo causen a las personas a su alrededor.
Pero no dejan de ser animales que, por muy nobles que sean, entrañan un riesgo con su corpulencia y su fuerza, sometidos a una innegable presión de gente que, en muchos casos, se ha excedido en el alcohol. Así las cosas, el cóctel es endiabladamente perfecto.
Multitud de personas, la mayoría prudentes y con sana alegría, pero también otras muchas bebidas, que empujan o no miran, calles estrechas y caballos que, pese a su entrenamiento, están bajo una situación estresante. ¿Tienen la culpa los ayuntamientos? ¿Debe limitarse la entrada a las zonas de 'jaleo' o basta con señalizarlo? Quizás tendríamos que hacer autocrítica de nuestra propia temeridad.