Calificada como la «ciudad menorquina de los Estados Unidos», Saint Augustine, en La Florida, es, en realidad, el asentamiento poblado de origen europeo más antiguo de América del Norte. Estos días conmemoramos el 450 aniversario de su fundación por el almirante asturiano Pedro Menéndez de Avilés, que se estableció con sus hombres en septiembre 1565. Esta pequeña ciudad norteamericana permanece vinculada para siempre a Menorca desde que, en 1768, recibió más de mil menorquines emigrantes, atraídos por las promesas de un vida mejor con trabajo, prosperidad y progreso. Aquellos menorquines, que huían de la pobreza de su isla nativa, fueron engañados por el codicioso médico escocés Andrew Turnbull, promotor de la expedición.
Las promesas no se cumplieron y la estancia en aquellos terrenos inhóspitos y desconocidos -en la Costa de los Mosquitos- se transformó en una sucesión de penalidades y sufrimientos en las plantaciones de New Smyrna, donde los menorquines que lograron llegar con vida después de una penosa travesía, se vieron obligados a trabajar en régimen de esclavitud.
La valentía y la abnegación del sacerdote menorquín Pere Camps, de Es Mercadal, que defendió con firmeza la dignidad de aquellos minorcans humillados, constituye un excepcional ejemplo de defensa de los derechos humanos y la fe católica en un territorio anglicano.
450 años después, evocamos hoy aquellas familias -Arnau, Caules, Preto, Llabrés, Juanico, Coll, Llopis, Jover, Sintas, Salord, Moysi, Colom, Parpal...- que algún día se vieron obligadas a despedirse de su tierra natal. Una mirada imposible sobre una pequeña isla que navegaba sobre el mar, cuyo perfil contemplaron por última vez desde la cubierta de un barco que se alejaba para siempre de las costas menorquinas.