Todas las personas, tarde o temprano, si quieren desprenderse de algún hábito nocivo, deben enfrentarse a un reto en extremo complicado: el síndrome de abstinencia. El ansia, la irritación y el malestar suelen invadir de tal manera el mecanismo humano que se le conoce popularmente como el mono. Invertir los hábitos lleva a una persona a irse, como los simios, por las ramas.
Me comentó en cierta ocasión un amigo que la proeza más grandiosa jamás acometida había consistido en dejar de fumar.
Sin duda abandonar el tabaco, el alcohol o bien racionar la comida es una proeza. Diría yo que la asignatura pendiente del hombre consiste en superar estos retos. Sabemos que en unos meses nos libraremos de la opresión y sin embargo claudicamos. Sólo la oscura voz de un médico, prediciéndonos desgracias inminentes nos puede llevar a pasar el mono. ¡Y aún así!, a los pocos días, una vez restablecidos, volvemos a las andadas, nos subimos de nuevo por las ramas.
El hombre no debe pasar el mono sólo para reformar las prácticas que dañan el cuerpo, sino también las que corroen el espíritu.
Los hábitos espirituales no son aparentemente tan difíciles como los corporales y sin embargo se tarda más en reducirlos, y digo reducirlos porque su eliminación es una utopía, y es que el sino del hombre no es alcanzar la perfección,... sino tratar de alcanzarla. En cambio a los corporales si no se les excluye del todo, se quedan adheridos para siempre en los pulmones, el hígado o el estómago.
La voluntad en ambos casos es la única arma para el logro. Las adicciones corporales son más fáciles de someter, porque podemos palparlo. Sin embargo las espirituales, inasibles, si no creemos en el más allá no hay esperanza -¿para qué todo?-...y sin esperanza no puede haber voluntad a la hora de reducir la avaricia, la soberbia, la pereza, la ira, la envidia, etc. por lo que seguiremos como antes a pesar de que el sentimiento nos susurra, nos requiere, una mejora.
Pasar el mono corresponde a la cultura divina. Todo logro se consigue solo con esfuerzo. Quien no se esfuerce en este mundo, no creo que entre en el otro...
Si después no lo hubiere sería, sin duda, la trola más asombrosa jamás ideada. Yo mismo sería un papanatas y cualquier descerebrado resultaría sabio e inteligente. Y omito todo lo referente a un comportamiento honorable con el prójimo que al fin y al cabo es hacía donde se deben dirigir nuestros pasos.
Que Dios los guíe.
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