Acaba de entrar en periodo de exposición pública el anteproyecto de ley de la ecotasa, nombre que no emplean los miembros del gobierno autonómico, debe de ser porque trae malos recuerdos tras su implantación frustrada en 2002, de la mano del entonces presidente Francesc Antich. Pero como somos esos únicos animales que tropiezan dos veces con la misma piedra, aquí estamos, más de diez años después, como en un déjà vu, otra vez debatiendo sobre el impuesto turísticos sostenible, denominación oficial, y con las mismas posturas enfrentadas. Las patronales se declaran en rebeldía, y los ciudadanos vamos a recibir donde más duele, en el bolsillo, porque en el flujo entre islas es indiscutible que aquí salimos perdiendo. Necesitamos viajar más a Mallorca y no tenemos ni su fortaleza ni su posición como destino turístico para exigir.
El Govern sin embargo esta vez no parece que va a dar marcha atrás, ha corregido trazada para entrar en la curva de este nuevo tributo y hay que decir que ha solventado algunos errores, escuchando a los colectivos más afectados, como los pacientes desplazados y sus familiares. Resuelve dicho agravio por la vía de la exención pero discrimina en otros aspectos, como el de los cruceristas, que solo por tocar puerto tendrán que pagar.
Sin embargo, falta todavía mucho recorrido a este proyecto legislativo, hay todavía muchos cabos por atar, como es el reparto del dinero que se recaude: aún no ha empezado a andar pero ya todo el mundo se quiere repartir el pastel. Muchas ciudades cobran una tasa por pernoctar, y no creo que nadie que quiera conocer un lugar deje de hacerlo por ese recargo. Pero también es cierto que cuando pagas, quieres ver el resultado. Si se recauda un impuesto todos tendremos que saber con claridad a qué se destina, cómo se reparte y cómo mejora la calidad y la oferta en el destino.