Domingo de Resurrección, de Deixem lo dol, conmocionado por el terror que no cesa. La fe no se conforma con lo material que muere y aspira a lo espiritual que resucita. No sé si ha llegado la primavera, pero ese aire de optimismo y florecimiento que insinúa la palabra, de renacimiento y renovación en la naturaleza, no podemos asociarlo con lo que se dio en llamar la Primavera Árabe: una tormenta perfecta de variadas causas, donde las cifras de muertos y afectados por la violencia, producen escalofríos.
Cuando el ansiado fin de las dictaduras acaba en vacíos de poder, guerra civil, anarquía y caos, algo ha fallado estrepitosamente. Europa ha pasado de sueño a pesadilla, incapaz de superar sus inseguridades, egoísmos y complejos.
Atentados terroristas, genocidio televisado, desplazamientos masivos, matanzas y otras muestras de crueldad infinita, mientras los intereses geopolíticos o comerciales siguen ajenos al sufrimiento y a la pérdida hemorrágica de vidas humanas. Encender la mecha del odio siempre ha sido más fácil que detener las explosiones que provoca. Y más en un mundo con el poder de propagación y contagio de las redes sociales.
Este largo invierno, que rima con infierno, es un horror que no hemos sabido prevenir ni detener a tiempo, como ha pasado tantas veces. Millones de seres humanos siguen caminando despojados de todo, bajo un cielo gris sin piedad, sin seguridad, sin hogar, sin primavera.