Dicen que para gustos se hicieron los colores. Es lógico, pues, que unos se enfunden el blanco del Madrid y otros el azul y grana del Barca. El gusto proviene del corazón y no interviene el entendimiento. El corazón es un eje lateral que nos convierte en desiguales. Unos son níveos y otros blaugranas, por inercia, sin explicación. Los sentimientos no se pueden evidentemente razonar y por más que intentemos averiguar el motivo no lograremos desentrañarlo. Seguiremos siendo siempre de uno u otro color a no ser que ocurra un cataclismo.
Comprendo por consiguiente que media población milite en el bando madridista y la otra media en el barcelonista. Lo que no atino del todo a comprender es que políticamente la mitad sean de derechas y la otra mitad de izquierdas. Es cierto que en este caso la elección también procede de algún envite genético, del entorno, de las vicisitudes personales, en fin de dar rienda suelta también al corazón, pero aquí es el entendimiento el que determina con sus rumiadas cábalas el bando a elegir. O así debería ser. Puede y debe primar la racionalidad y la objetividad al sentimiento. ¿Por qué entonces nuestra inteligencia toma distintos derroteros como si fuera un segundo corazón?...
De todos modos ahondando en el tema quizá los dos bandos políticos no son tan diferentes como el madridista y el barcelonista. Si ser de izquierdas es ser esquemáticamente solidario con el prójimo, los dos bandos lo son. Porque convendrán que la derecha también es solidaria. Faltaría más. La derecha insolidaria no existe. La derecha, humanísticamente, literariamente, es un partido de izquierdas.
Quizá ponderarán ustedes que ser de izquierdas es alcanzar una cota fraterna a la que no llega la derecha. Bien, de acuerdo. Pero esta cota no debe proceder de un afán compulsivo, de una entelequia, de convertirse en el adalid del trabajador, sino de la inteligencia, del rigor y del sentido común, de lo contrario las cañas se pueden volver lanzas.
La política es un árbol con su tronco, sus correspondientes ramificaciones y el follaje. El tronco lo conforman las industrias y las empresas. Aportan éstas riqueza y empleo para que las ramas y las hojas no broten ya, de entrada, raídas. Por consiguiente el Estado debe ayudar al patrón, no al marinero, sino se clausuran las empresas, como tuvieron que clausurarlas nuestros patronos de la industria del calzado, después de más de cien años de lucha, con el consiguiente varapalo (y no sólo el Estado fue en parte culpable de esta tragedia sin parangón que asoló la Isla, sino también los alcaldes y los presidentes insulares, habidos,...que para estos vitales menesteres estaban elegidos, para potenciar o salvaguardar la industria, la economía, cuando fuera perentorio...Y lo era).
Una vez consolidado el tronco, las ramificaciones, el follaje y la hojarasca –el dinero desperdiciado en gastos glamorosos- deben enfocarse absolutamente en dirección al marinero. Y aquí, en este punto, es donde suele pifiarla la derecha por su licenciosa complicidad con el capitalismo financiero que nos arbitra y nos desquicia, como si marionetas fuéramos, en vez de plantarle cara.
Unos fallan por el tronco, otros se van por las ramas...