Un grupo de amigos, cercanos al medio siglo de vida, discutían en una sobremesa de risas y relax acerca de una antigua compañera de instituto a la que llamaban, por su grandes dotes de organización, la concejala, que buen concepto de los políticos teníamos entonces. La parte del grupo masculina sostenía que aquella compañera era una chica muy guapa, así la recordaban todos por unanimidad. La parte femenina recordaba que aquella chica no era atractiva y también era por unanimidad, Dos recuerdos diferentes de un mismo hecho objetivo, qué vacilona es la memoria.
Seguramente los ojos de aquellos adolescentes chicos no la miraban igual que los ojos de las chicas, era una cuestión de batidos locos de hormonas. Sea como fuera, esta anécdota demuestra que casi todo es una cuestión de perspectiva.
Por ejemplo desde la mía, yo no sé, queridos lectores, si existe la amarga victoria, y tampoco sé si existe la dulce derrota. Tal vez se refieran que el precio pagado por una victoria es tan alto que su sabor al final resulte amargo, o que cuando uno pone todo lo que tiene para conseguir algo, y al final no lo alcanza, la derrota no es tan dura porque queda el dulzor de una actitud positiva y eso hace que te pongas en pie una y otra vez. O tal vez sea, sencillamente, un recurso psicológico sacado de algún librito de autoayuda para reconfortar a los derrotados, no lo sé.
Lo que sí sé es que no sirve ganar a cualquier precio, y que no es mejor el que más tiene. Los números de tu cuenta bancaria no te hacen mejor, o peor persona. Basta mirar cuatro o cinco ejemplos de indeseables que son millonarios y que hora se están dando una vueltita por los juzgados. Tendrán toda la pasta que ustedes quieran y les harán la pelota miles de serviles, pero no dejan de ser personas muy tóxicas que seguramente interpretaron torticeramente las ideas de Nietzsche y pensaron que estar más allá del bien y del mal, era hacer lo que a ellos le salía de las narices pisando a todo el mundo.
En general llevamos muy mal las críticas y llevamos muy mal que nos ganen. La hiper-competividad está calando hasta los huesos y las luchas se vuelven encarnizadas. Sería más enriquecedor sacar proyectos colectivos adelante, antes que proyectos egoístamente individuales. No mola caminar solo mucho rato, no mola nada porque se pierden muchas cosas, entre ellas la empatía, la humildad y la objetividad.
Si uno gana espera los halagos, las felicitaciones, y hasta una cierta dosis de pleitesía a su paso, y eso reconforta y llena egos, pero para ser dignos de las alabanzas no se debe esconder la cara en la derrota. Así que mi espíritu rojiblanco del Atlético de Madrid, me empuja a felicitar a los madridistas por la victoria, y a seguir creyendo por encima de todo.
Lo sé, lo sé, no nos volvamos locos, es solo fútbol, esto no paga hipotecas, no salva la vida de los refugiados, no mantiene abiertos escuelas ni hospitales, no termina con ninguna guerra, ni con el hambre en el mundo, pero me sirve como ejemplo, porque creo que el que no sabe perder y vuelca su felicidad única y exclusivamente en las victorias, va a tener una vida muy pobre, o muy dañina. Al fin y al cabo, como dice un buen amigo, si fuera por número de títulos todos seriamos de la Duquesa de Alba que era la que más tenía.
Para terminar, permítanme que siga soñando, desde mi perspectiva el Atlético de Madrid es el mejor club del mundo, y la concejala era una chica muy guapa, pero quizás siga siendo solo una cuestión de locas hormonas.