Confieso: hace días que no estoy sobreinformada. No ha sido una dieta planeada, ni siquiera sabía que me hacía falta quitarme esos ratos de más (de cara al verano). Ha salido así y aún no sé si estará o no relacionado pero en mis últimos análisis médicos los resultados han salido más equilibrados que nunca. La desintoxicación empezó de manera natural durante unos días de vacaciones: recorrer una ciudad de gente de Londres (o sea, de todas partes); buscar huellas de Virginia Woolf por el barrio soleado de Bloomsbury (y encontrar una ardilla); mirar un cuadro (y otro: un parque inabarcable tapizado de verdes) o algún mercadillo callejero con todos los sabores posibles, incluido el de la (presunta) felicidad.
Ya se sabe que un viaje, por breve que sea, te arranca de la rutina y de paso, de la (mal) llamada «realidad informativa2 para aumentar el foco: ayuda a ver más nítidas las vergüenzas de este país de triste figura gobernado por la corrupción incesante y a oler la columna de humo desde lejos. El viaje te empuja a prescindir de intermediarios, a convertirte en observadora de lo que ocurre: lo zanja Patricia Almarcegui en su libro Escuchar Irán: !viajar es mirar y escuchar».
Las dos doctoras menorquinas, Remedios Díaz y Lourdes Rodríguez, que han viajado como voluntarias al campo griego de Idomeni, habitado (en condiciones no habitables) por personas refugiadas que huyen de la guerra, han podido también mirar y no quieren, dicen, olvidarse de lo que han visto ni de quienes han conocido allí. No debemos olvidarnos nosotros de ellas, ni de los que sufren y mueren cada día ante la parálisis de los gobiernos europeos: otra forma de matar.
Y sí, he sabido de su experiencia porque no es fácil apartarse del todo de esa avalancha de noticias relevantes mezcladas con chistes, datos, imágenes, vídeos, chats, mensajes contaminados y discursos manipuladores hasta provocar el vómito y vuelta a empezar. Se sufren recaídas, lo admito, en las redes sociales, los grupos de whatsapp o los repasos al diario en el café de la mañana; café que abrasa la lengua cuando se encuentra una con esta Europa a la deriva, con sus principios a bordo: las elecciones también sirven para castigar la inacción.
Sí, también sé que se acercan otras elecciones generales. El pueblo se ha equivocado (parece ser) y hemos de votar de nuevo (a los mismos candidatos, en la mayoría de los casos), como si la culpa de que no hubieran sido capaces de llegar a un acuerdo fuese de los votantes, como cuando éramos niñas y mandaba la que llegara primero al otro patio. Y luego no valía la carrera, porque una se quejaba de que se había dado mal la salida, otro de que no sé quién había hecho trampas y no había manera de decidirse y luego se pasaba la tarde volando y ya casi era la hora del bocadillo.
Sé que vuelve a haber elecciones y que seguimos a oscuras, que siguen calando los mensajes simples (Venezuela, etcétera) para que todo siga igual. No se hablará en campaña (o no en los grandes altavoces) de soluciones concretas y valientes para las personas refugiadas (mañana/ayer podemos ser nosotros); ni de parar los desahucios que también matan; ni del paro crónico o de la falta de oportunidades programada en este paraíso de los servicios; ni tampoco de los hombres que cada día asesinan a sus parejas o exparejas por el hecho de ser mujeres (como mucho se hablará de mujeres halladas muertas): de nuevo solo servirán las fotos de portada de líderes con corbata (o sin), los apretones de manos, la anécdota más banal y los debates huecos... Una especie de día de la marmota (por cierto, la película aquí llamada «Atrapado en el tiempo», protagonizada por Bill Murray y Andie MacDowell es buena y punto: consiguió expresar de una tacada la repetición sistemática del absurdo).
Dan ganas de viajar (sin mirar atrás) aunque luego cueste volver: en mi caso, tras ese paseo fuera de todo, no he encontrado aún la manera de regresar al empacho desinformativo. Antes, el esfuerzo era conseguir informarse y ahora lo es informarse bien y, en casos extremos, apartarse de todo de tanto en tanto (prescripción médica) para poder entender algo. No leer. No escuchar. No hablar. No escribir nada que no sea, como quien se salta la dieta, algún (intento de) artículo como este o las hojas que tiemblan en los árboles, la luna reflejada en el agua de un puerto y las trayectorias impredecibles de las golondrinas que sí saben volver.