Hay muchas personas de seny que, después de Niza piden guerra a los islamistas y a los musulmanes, pero no a los de allá (Irak, Siria, Libia, Afganistán), sino a los de aquí, a los de Menorca. La reacción al miedo, que suele ser el odio, afecta cada día a más gente. Y la lucha contra el terrorismo del EI se convierte en un rechazo a todo lo que tenga relación con la religión musulmana y especialmente a quienes la practican en la cercanía, aquellos que viven aquí pero se sienten de allí. Y los argumentos cargan los sentimientos: no solo no se integran, sino que no sabemos lo que realmente piensan sobre los atentados terroristas y además dejamos que se aprovechen de todos los derechos sociales sin pedirles nada a cambio. El enfado, se nota, va creciendo. Esta batalla, que ya ha tenido evidentes efectos, como se ha visto en el referéndum británico sobre el brexit, ya está perdida.
Hay que ir con mucho cuidado de no alimentar lo que se teme. Un vecino inmigrante que podría ser musulmán (no lo sé) se dejó un día sus llaves en su casa y no podía entrar. Quería saltar desde mi casa a la suya, salvando dos viviendas desde un tercer piso. Su mujer llamó a nuestra puerta. Con la cabeza cubierta y sin saber casi español dudamos en abrir. No la entendíamos. Nos enteramos de su problema. Llamamos a los bomberos, que ya no abren puertas. A un cerrajero, que, de entrada, les quería cobrar 120 euros. Al final, se arriesgó y saltó. Nos están excesivamente agradecidos por hacer tan poco (abrir una puerta). Tienen un hijo discapacitado que la Cruz Roja devuelve a su casa cada tarde. Algunos pensarán que se aprovechan del sistema. Otros, desconfiarán por su aspecto.
No se trata de considerar que los europeos somos «culpables» indirectos de los atentados. Es una barbaridad. Pero sí deberíamos reflexionar sobre los valores europeos que perdemos después de los atentados.