La vida es una sucesión de aventuras fantásticas. Historias, o en algún caso historietas, que se escriben o se reescriben sin saber muy bien cuál es el final o dónde empiezan. La vida no es fácil, lo sé, pero a ratos también nos la complicamos nosotros mismos. Pero mientras seguimos avanzando, dando tumbos que son deliciosos y escribiendo nuevos capítulos o cerrando otros. La cuestión es seguir, que no se seque la tinta.
Desde que tengo uso de razón tengo claro que hay algo que me fascina y a la vez me atemoriza de la vida y es el hecho de que es finita. De que tenemos fecha de caducidad. De que estamos de paso –muy breve, por cierto- en esto que se llama humanidad y que tenemos que exprimir cada segundo al máximo para ganar o para aprender. Y para intentar ser felices.
Esa fecha de caducidad es el aliciente al que aferrarnos para disfrutar de un paso fugaz, nuestro particular grano de arena en la inmensa playa de la historia de nuestra raza. No sabemos si mañana estaremos aquí o allí y por lo tanto deberíamos obligarnos a disfrutar. Por los que ya no pueden, por los que en su momento no podrán y por nosotros mismos. Porque lo gestionemos como lo gestionemos la vida tiene su punto macabro en el hecho de que por mucho que queramos no saldremos vivos de ella.
Saber que a ti y a mi nos espera el mismo final, amigo lector, aunque las condiciones superfluas puedan variar ligeramente, nos debería animar a disfrutar al máximo de cualquier momento porque saber que algo puede acabar con la misma celeridad que ha empezado nos debería poner en alerta para saciarnos al máximo. Abusando si hace falta. Hasta la extenuación, si es preciso.
A Diógenes se le atribuye una frase que viene a decir «si tú me aseguras que mañana yo estaré aquí…». Con una expresión tan simple anima a saborear el aquí y el ahora por encima de cualquier plan a sabiendas que el destino o lo que sea es caprichoso y nos altera el guión súbitamente cuando menos nos los esperamos.
Vivir, al final se trata sencillamente de eso, vivir. Experimentar, saborear, descubrir, reír, llorar, gritar o callar, pero vivir, a fin de cuentas. Disfrutar con cada aventura, escribiendo cada capítulo porque al final, ya en el epílogo, nos demos cuenta de que hemos escrito una obra maestra. De que hemos vivido una vida completa.
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