Cuatro horas y cuarenta y un minutos, ni uno más ni uno menos. Es Migjorn Gran tiene bien contabilizado el tiempo que estuvo este domingo sin energía eléctrica. Desde el primer café de la mañana -ese que no te puedes tomar porque la vitro no funciona ni tampoco recalentar en el microondas-, hasta el rato de siesta en el sofá ante la película de serie B que hace de somnífero cuando la televisión funciona. Por no hablar de móviles sin recargar, ordenadores, neveras, playstation y hasta el agua corriente si las bombas impulsoras de los depósitos quedan sin corriente. Los hogares se paralizan y qué decir de bares, comercios y otros negocios, a los que el corte de luz les cuesta dinero. El Ayuntamiento ha elevado su queja, pide soluciones a la empresa suministradora contra los apagones.
No sabemos ya vivir sin energía, aunque nadie quiera la central frente a su casa, pero es que tampoco el molino eólico o la placa solar, porque rompen la armonía del paisaje.
Mientras tanto nos lamentamos del cambio climático y se debate sobre cómo reducir emisiones contaminantes y realizar una transición hacia las energías limpias que en realidad, nadie desea que le tapen su visión idílica del campo o la playa. Al llegar a casa el botón mágico de la luz nos permitirá leer, calentar comida, planchar o poner la lavadora. El seminario sobre energía del Ateneu de Maó puso de nuevo de manifiesto esa contradicción en la que vive Menorca, reserva que corre el riesgo de quedarse en decorado. Se reclamaba el gas natural y ahora hay resistencia; hace años se frustraron los molinos eólicos de Son Bruc y Ses Comunes; es polémica la ampliación del parque solar de Son Salomó. O las autoridades toman decisiones valientes o en 2050 alguien debatirá todavía sobre renovables y pagará la indecisión de hoy.