Cuando sólo queda el día de Reyes de fiestas navideñas, me doy, como tengo por costumbre una vuelta, como hago todos los años, por los mercados de los barrios lujosos, Serrano o Retiro y también por el Madrid humilde, en algunas zonas menesteroso. Y uno sabe en qué zona está nada más ver la oferta de un lugar o de otro. Por detrás de la calle Orense vi un puesto que tiene todos los años, y este año también, perdices, faisanes, becadas y zorzales y además apetecibles lomos de corzo, ya preparados a punto para hacerlo al horno con un acompañamiento de castañas, un par de cucharadas de compota de manzana. También vi en un sitio mucho más humilde, conejos de campo como algo extraordinario, alguna liebre pero sobre todo pollos y algún que otro pavo, pero pocos para los que aún pueden soñar que a fin de cuentas sólo tenemos una cena de fin de año al año.
En las bebidas es donde se nota más en qué lugar se encuentra uno, espumosos baratos y sidras no van de la mano con un Dom Perignon (159€), un Moët & Chandon imperial (50€) o un Veuve Clicuot (50€). Con los whiskys pasa lo mismo; en un mercado de Aluche difícilmente se podrá encontrar un Yamazaki reserva (65€) o un brandy gran reserva 1886 a 65€/L. Las delicatesen son aún más exclusivas, sólo para economías boyantes. A aquellas que ni siquiera pueden señalarse como economías humildes porque están al borde de la indigencia, «se lo tiene prohibido el médico». Por delante se abre ya después de Reyes un nuevo horizonte de todo un año donde la sociedad rica y la pobre estarán cada día más distanciadas. De esa desastrosa dicotomía, los políticos no son ajenos.