Creo haber leído en alguna parte una afirmación de Matías Quetglas en el sentido de que antes solía reproducir la realidad y ahora la recrea. Aunque quizá no sea exacta, pues cito de memoria, me parece una definición bastante ajustada a su arte actual, al estadio en el que se encuentra su evolución en el mundo de la plástica. También creo haber leído en algún sitio este título: «Matías Quetglas, la desnuda realidad». Realidad por el estilo realista que marcó el principio de su carrera, un realismo madrileño, humanizado, distanciado del frío hiperrealismo americano. Tras años de «pintar como una monja» (son sus propias palabras) decidió desembarazarse del modelo y dar rienda suelta a su imaginación. Entonces creo que sus palabras fueron: «Ahora soy feliz». Porque la del modelo es una dictadura opresiva, que obliga al artista a ceñirse a los más nimios detalles, a trabajar sin el aliciente de la inventiva, de modo metódico, tanto si uno tiene ganas de ajustarse al tema que se ha propuesto como si le apetece irse por las ramas o desarrollar nuevas ideas. Me parece que los pasos seguidos por Matías Quetglas en su evolución son acertados, al fin y al cabo Goya dijo en algún momento que un verdadero pintor debe ser capaz de reproducir y aún tergiversar la realidad sin necesidad de tenerla delante.
Más que de la desnuda realidad de Matías Quetglas yo hablaría de su desnuda figuración. Su arte ya no es realista, sino figurativo. Sus mujeres y hombres, aunque deformados, con pies y manos excesivamente grandes, siguen siendo figuras humanas perfectamente discernibles. Digamos que su imaginación se mueve dentro de la realidad, que no la transforma en fantasía irreal, que se ciñe a temas mitológicos, pero aun así tremendamente humanos, o a temas propios de «El pintor y la modelo», una serie de Picasso llevada muy a su manera, pero de modo recurrente a lo largo de todas las etapas de la pintura de Matías Quetglas. Cuando vi la exposición que actualmente tiene en la sala de El Roser, en Ciutadella, se me ocurrió que destacaba la unidad de todas las obras exhibidas, como si se tratara de una novela en la que hay que mantener el tono de principio a fin; que el artista trabajaba con soltura y libremente, sin imposiciones ni concesiones al gusto del gran público; que le obsesionan los pintores y las modelos con cierto aire antiguo; que por la sinceridad de su arte Matías Quetglas es un pintor cada vez más auténtico, un artista verdadero.