VIERNES, 3
Terminaba mi anterior dietario con un hallelujah esperanzador ante los primeros síntomas de resistencia a la pesadilla del trumpismo. Reacción que no se circunscribe a la siempre activa sociedad civil norteamericana sino que parece (ojalá) extenderse a todo el mundo occidental. De qué otra forma si no puede interpretarse el hecho de que media hora antes de una mesa redonda nítidamente política (Trump y el brexit, nada menos) en una isla remota, esté la sala a rebosar de un público ávido de encontrar respuestas a tanta sinrazón en los tres diplomáticos que ocupan la mesa. La preocupación podía palparse.
Y si alguien fue al Museo de Menorca en busca de un lenitivo para el síndrome Trump, actualmente en la primera fase de estupefacción pero en vías ya de la etapa diarreica, se equivocó de lugar. Porque ninguno de los tres ponentes dio motivos para la esperanza: Jorge Dezcallar habló del trumpismo como un portazo al mundo surgido después de la Segunda Guerra Mundial, de la amoralidad de un Trump que solo se guía por intereses. Hoy día no sería posible una declaración universal de derechos humanos, dijo, estamos en el fin del mundo occidental tal como lo hemos conocido y vamos hacia un nuevo orden desconocido, aunque con toda probabilidad será menos seguro y más pobre.
Fernando Swartz, a quien pude saludar al final y recordarle una velada de hace una decena de años en Es Mercadal en la que le presenté su novela sobre la Francia de Vichy (acaba de publicar su continuación, me dice), habló del brexit como colofón lógico de la indiferencia con que los británicos han visto siempre el proyecto europeo («El continente, aislado» fue la legendaria apertura de los noticiarios en un día de intensa niebla en el Canal). Aunque quizá el más apocalíptico de los tres fue José Luis Dicenta quien afirmó que vivimos en una sociedad que se desestructura a pasos agigantados, con una desconfianza creciente en las instituciones a la que solo le faltaban Trump y el brexit. Estamos ante el plan B del sistema neoliberal, el de la extrema derecha cósmica, el trumpismo no es más que el neoliberalismo por otras vías, una tecnocracia dirigida por el capital y con un peligro aún mayor en la recámara que se llama Vladimir Putin y que, al contrario de Trump, que actúa por impulsos, sí tiene un plan (make Rusia great again)... ¡Oh, tiempos oscuros en el reino de Mordor!
Llego a casa con los ojos como platos.
-¿Hace frío, cariño? Te veo esglaiado…
DOMINGO, 5
Climatología variable sería la forma políticamente correcta de referirse a esa irritante alternancia de ráfagas de sol ilusionantes con chaparrones despiadados (water txemal en menorquinglish). Aun así nos aventuramos a dar un paseo por el puerto donde hay un ambientazo, con los restaurantes a tope y música en directo en Sa Vinya… Y el ascensor estropeado, lo que no parece disuadir a nadie pero sí jurar en hebreo a más de uno. Continúo esglaiat, pero pese a la oscuridad reinante en la ciudadanía mundial, seguimos buscando resquicios luminosos…
LUNES, 6
La primera vez que tuve conciencia del llamado problema catalán fue a los diecisiete o dieciocho años siendo estudiante de medicina en Zaragoza, cuando Serrat quiso cantar el «La, la, la» en catalán. La animosidad que pude palpar aquellos días contra los polacos, entre los que nos incluían a todos los catalanohablantes fue un shock. Se mezcló ahí la controversia sobre expolio de las aguas del Ebro que los catalanes presuntamente querían perpetrar y la verdad es que me quedé un tanto grogui por cuanto mi padre siempre me había hablado maravillas de su vida en Cataluña durante su carrera universitaria y su admiración por los catalanes, que hablaban la misma lengua que nosotros, solo era comparable a la que sentía por Samitier, Paulino Alcántara y Kubala, y ahora su hijo residente a orillas del Ebro los veía demonizados…
Hoy, día de juzgados en Cataluña, un auténtico esperpento, no voy a extenderme de nuevo (lo he hecho reiteradamente aquí y en «El País») en posibles vías para un acuerdo, sino únicamente reiterar que solo una salida política puede atemperar (conllevar) un problema cada vez más enconado y que lleva más de cien años hipotecando la política española. Para ello hay que laicificar el problema separando religión de política, es decir, desarmar las emociones de los nacionalistas de ambos bandos, huir de los grandes conceptos y llevar el debate a terrenos racionales, hasta llegar a un acuerdo que dure por lo menos diez años (las soluciones para toda la vida son utópicas)… Me puedo imaginar el alivio después de tanta y tan prolongada oscuridad.
MIÉRCOLES, 8
Vuelve la oscuridad climatológica. Rajoy se ofrece como interlocutor mundial de Trump. El futuro de las pensiones más negro que nunca… Solo queda evocar a Goethe en su lecho de muerte: ¡Luz, más luz!