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Con derecho a réplica

Desnudo en el aeropuerto

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Viviendo en Menorca nos toca volar sí o sí. Y si uno piensa que cuando compra un billete se convierte en un cliente que tiene una serie de derechos, está muy equivocado. Cuando pagamos un billete en realidad estamos diciendo: «Por favor, llévame donde te he dicho sin mucho retraso, y te lo pido por favor porque sé que puedes hacer conmigo casi lo que quieras». Debemos entrar a los aeropuertos con las manos en alto, el billete y el DNI en la boca, y rezando para que no nos pase algo que nos deje la misma cara que al director de «La La Land» cuando le vacilaron en los premios Oscar.

Preparados, llega la primera prueba para nuestra dignidad, el control de seguridad. Sacas el móvil, la tablet o el ebook, el neceser entero, te quitas el cinturón, el abrigo, el reloj, la cartera, los zapatos. Pasas por el arco patinando con los calcetines por el frío suelo, mientras te agarras con las manos el pantalón y suplicas porque no pite nada. Viendo el circo que se monta, creo que es mejor ir con la maleta sin hacer, todo a mogollón, total la llevas ordenadita y te la deshacen a las primeras de cambio para comprobar que la sobrasada que llevas no es un arma mortal. Dan ganas de ir con el cubo de la ropa sucia, soltarla en la cinta mientras pides un lavado con secado y planchado, y pasar por el arco desnudo para evitar sobresaltos.

Segundo obstáculo. Te obligan a pasar por la tienda para ir a las puertas de embarque. Tienes que zigzaguear con la maleta de mano para sortear las torres de dulces y perfumes que te van saliendo al paso. Bienvenidos al consumismo más salvaje y feroz con la cara amable de Mickey Mouse. Dentro de poco para entrar a un quirófano también nos obligaran a pasar por una duty free shop a ver si nos compramos unos Toblerones a 20 euros antes de que nos operen del menisco. Vaya por Dios, ya he hecho publicidad gratis de nuevo, a ver si se estiran los del chocolate suizo y me patrocinan el artículo, que por más que digan, yo sigo viendo la cosa muy malita, y no tengo cuñados, ni suegros, de sangre azul que me salven el culo.

Sigamos, queridos lectores, que no decaiga. Pasada la tienda nos asaltarán algunos comerciales que intentarán colocarnos tarjetas maravillosas que nos harán la vida más feliz y no nos costaran ni un céntimo… al menos el primer año, porque después nos crujirán sin piedad como buenos productos bancarios que son. Y la culpa no es de ellos, ni de ellas, seguro que van a comisión y les explotan haciéndoles trabajar durante muchas horas de pie, además de obligarles a aguantar los cursitos motivadores que les debe montar la empresa de turno, y que se resumen en: no te preguntes que puede hacer tu empresa por ti, sino hasta que punto puedes dejarte explotar por ella. Con unas cuantas frases rollo Mr. Wonderful, suena mejor, pero no es mejor.

Huyan de todas las cafeterías. Manos arriba esto es un atraco, botellitas de agua a 4 euros, aptas solo para poseedores de tarjetas black. Y llega la hora de embarcar, primero los que tienen pasta y pagan más por subir antes, siempre ha habido clases, Después los del final, por eso de que los últimos serán los primeros. Y por último los de la tierra media, que no lo de las clase media, que ya casi no queda. Con suerte y fortuna al destino en hora y trompetas de victoria enlatadas.

Pero a pesar de todo, seguiremos volando, siempre que podamos, para ver a las personas que queremos, porque nunca el emoticono de un beso podrá sustituir a un auténtico beso. Feliz jueves.

conderechoareplicamenorca@gmail.com

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