El sonido de la cafetera burbujeante. El olor a pan recién tostado. El color del aceite de oliva cuando le dan los primeros rayos de sol. Marcelo tenía el día libre y estaba dispuesto a disfrutar de un tranquilo desayuno. Eran muchos los días de carreras mañaneras, café de un trago y estrés sin pausa hasta entrada la noche, como para desperdiciar ese hermoso día primaveral.
En esos momentos le sobra todo lo de fuera. Le sobra la prensa, el murmullo de la radio que siempre escucha muy baja y el martilleo machacón de la tele que duele de mala que es. Le sobran los exoplanetas que quizás sean habitables y que se han convertido en la última esperanza para que los humanos tengan un futuro. Le sobran los debates de bar que arreglan el mundo en cinco minutos. Le sobran las ofertas del supermercado, los abrefácil que no hay un dios que abra y la leche con extra de calcio que no hay dios que se la beba.
Le sobran también los cotilleos y los cotillos oficiales del reino, que remueven la ciénaga por unos euros. Le sobran los que desde su pulpito sientan cátedra y los que desde su pluma escupen malos rollos interesados. Le sobran los que aprovechan el anonimato para soltar animaladas y nunca dan la cara cuando hay que mojarse. Le sobran los agoreros, pero también los optimistas ingenuos. Le sobran los carnívoros radicales, pero también los cansinos veganos que meten la palabra «tofú» en cada frase.
Le sobran los líos de los partidos políticos, y los líos en los que nos meten los partidos políticos. Le sobran los patriotas de banderita en la muñeca y cuenta corriente en Suiza. Le sobran los marichulos del electro latino y los machos alfa de pantalón sobaquero. Le sobran los que se escandalizan por un chiste y siguen cenando mientras ven a personas que huyen de la guerra ahogarse en el mar.
Le sobran los devotos de golpe en el pecho y rancia tradición que piden a gritos que los demás se callen, porque solo bajo su verdad, y su fe, se actúa como dios manda, como dios ordena, como dios impone. Le sobra la palabrería que solo sirve para amortiguar el silencio. Le sobra los que siempre van para afuera, porque ir para a dentro les da miedo. Le sobran los intensos de jornada completa y los superficiales con pánico a reflexionar.
Le sobran las operaciones bikini porque bello es todo aquel que se siente bello, y porque la autoestima no debe residir en el tejido adiposo. Le sobran las aplicaciones gratuitas que te llena de basura el móvil. Le sobran los runners que se obsesionan con los tiempos y dejaron de llamarse corredores porque ahora visten de fosforito. Le sobra la vecina que nunca recoge la mierda de su perro pero siempre va perfectamente maquillada.
Pero en la vida no se puede vivir de las sobras, por más que unos pocos se empeñen en que la mayoría demos las gracias por las migajas que nos dejan. Así que a Marcelo le sobraba todo eso porque no le faltaba ni su familia, ni la compañía de sus amigos, ni la luz de Menorca. Suena ñoño nivel máximo, pero para Marcelo es tan cierto como que su Atlético de Madrid es el mejor club del mundo.
No sé, queridos lectores, que cada cual ponga en su lista las prioridades lo que le dé la gana, nadie debería imponer su filosofía de vida. Así que respetemos el día de Marcelo y cuando se decida a salir tomémonos una cerveza bien fresquita con él. Ya saben que por llena que esté nuestra vida, mal va si no tenemos un ratito para compartir lúpulo con los amigos. Y que nunca nos falte un feliz jueves.