Es difícil, por no decir imposible, que los grupos más conservadores de la derecha, la Iglesia y el activismo feminista coincidan en algo, pero ahora es así por su rechazo al espinoso asunto de los vientres de alquiler; o la gestación subrogada, este último el eufemismo que quita hierro al asunto de que prestes tu útero por dinero para formar y luego parir una criatura. Entregarla a otras personas que no pueden tener hijos y que deciden pagar para preservar su carga genética antes que adoptar a niños que ya están en este mundo (¿no debería ser una prioridad promover y agilizar las acogidas y adopciones?), nada que se pueda criticar sin conocer las razones en cada caso, pero que sin duda está generando un negocio en torno a la reproducción. Se banaliza lo que supone para el cuerpo de la mujer un embarazo y un parto, los riesgos, las probabilidades de que algo salga mal, de que su salud se resienta. Y eso dejando a un lado todas las consideraciones éticas, morales y religiosas.
Habrá seguro casos altruistas, no lo dudo, pero es también muy probable que la mujer que se preste al negocio lo haga más por necesidad que por otras razones, así que la explotación de las más pobres como fábricas de niños para los que pueden pagarlos es un riesgo muy alto. De hecho hace unos días se celebró en Madrid una feria dedicada a este tipo de práctica, Surrofair; la verdad, no conozco ninguna feria dedicada a facilitar contactos con quien quiera vender sus órganos, y hay gente que los necesita pero para eso, si hablamos de lo legal, hay una red generosa de donaciones y trasplantes.
Pero el resultado de dar la espalda a este debate tampoco resuelve nada, porque cada vez más personas interesadas acuden a los vientres de alquiler en India, Rusia o Estados Unidos, si son baratos mejor, y cada año se calcula que entran en España unos mil niños nacidos por este sistema.