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Contigo mismo

Lo siento: yo no soy, también, Messi…

Ni serás, tampoco, Ronaldo si, condenado, el club al que pertenece emprende una campaña, tan absurda como vomitiva, a su favor… No eres Bárcenas, ni un sindicalista corrupto… No eres Pujol –ni te crees la personificación de Catalunya-. No eres madre superiora de ningún convento. No remites misales a sacerdotes por los que fluye tu propia sangre. Aunque pagas, religiosamente, tus impuestos. No es un mérito. Tan solo, lo otro, demérito…

El niño juguetea con la pelota. Es realidad. Pero también ensoñación. En su camiseta anidan los colores de su equipo, el que no eligió, el que le asignaron… Las niñas –temes- aún siguen divirtiéndose con muñecas… El chaval es hábil. Y anhela, en su mundo onírico, alcanzar las metas de ese jugador cuyo nombre luce estampado a sus espaldas… Preferirías otro escenario… U otra manera de entender el deporte, aquella que jamás fuera impuesta, aquella, ajena a entidades determinadas, huérfana de nombres, apellidos e historia, sana, la que nace espontánea en las calles y no es fruto de adoctrinamiento, la que no entiende de revanchas, ni de insultos, ni de deseos enfermizos de males ajenos… Pero ese niño lleva, ya, sobre sus espaldas todo lo dicho, porque en su mochila se lo pusieron unos padres que tal vez no entendieron que, frecuentemente, la violencia, la falta de objetividad, la visceralidad y el odio empiezan por eso, por ese balón que rueda en improvisado campo con apariencia de ingenuidad…

Cuando el chico crezca aborrecerá a los adversarios, hasta el paroxismo, se meterá con la concha de la madre de alguien y verá, como natural, eso de estafar al fisco. Al fin y al cabo, como dijo una ínclita ministra, «el dinero público no es de nadie»…

Lo que no verá, sin embargo, ese crío metido ya a adulto serán las camas hospitalarias sajadas, las aulas cercenadas o las vomitivas pensiones de tantos ancianos…

Luego transmitirá a su prole los valores que le fueron asignados, en eterno día de la marmota. Educará gritando, bajo la mirada atenta de los suyos, en los campos municipales, insultando al árbitro y dejándose arrastrar por una violencia tan irracional como atávica. La que suele ser verbal… O no… Y su hijo, a su vez, soñará lo que él soñó y lucirá una camiseta que, a pesar de ser otra, será la misma… La historia se iterará… La rabia casi siempre acaba por vencer a la razón… Desprovisto de ésta última, el adolescente querrá ser Messi o Ronaldo o quien se tercie, porque, a pesar de ser corruptos o presuntos corruptos, siguen siendo los héroes estériles que vienen acompañándole desde los dos años… Esos, alzados a los altares por quienes le dieron la vida y ahora –lo siento- se la enturbian…

- No todos los padres…

- No todos… Pero sí demasiados…

Si pisases un estadio y alguien te preguntara sobre quién ha perdido, no dudarías en contestarle que todos… Porque en esos campos pulula la palabra que hiere, el sentimiento oscuro, la sinrazón más profunda. Y por ende: ¿qué queda una vez concluida la contienda? ¿En qué ha mejorado la sociedad cuando finaliza el partido?

- ¿No te agrada el deporte?

Y te agrada. Pero el que no entiende de talonarios, el que se expresa en las instalaciones públicas, el que llega a los barrios periféricos, el que une y no separa, el que no se muda en zoco, el que no se mide en cifras inaprensibles, el que brota sin mediadores, el que aleja de las drogas, el que no está institucionalizado, el que no crea ni ídolos metidos a bandoleros ni piratas justificados por la pasión ciega, el que no dificulta la creación de plazas hospitalarias, aulas o terceras edades dignas…

Lo siento… No eres Messi… Ni serás Ronaldo… Ni…

Y mientras algunos siguen jugando con la pelota y su animadversión a cuestas, te preguntas porque ningún chaval anhela ser Gandhi, Teresa de Calcuta, cirujano, médico sin fronteras, investigador o, sencillamente, hombre de paz… Tal vez porque el nombre de aquellos que sí mejoran el mundo no figura, jamás, en camiseta alguna…

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