Un día, en uno de los infinitos restaurantes o Gasthaus de Viena, probamos con mi mujer una variedad de panes del Österreich (Austria) y resultaron deliciosos, no sé si por la novedad, por el apetito o por ambas cosas. En seguida me di cuenta de un par de detalles: que en todos los establecimientos hablan inglés y que mi alemán es demasiado pobre para mantener una conversación fluida. «Better in English?», «¿no será mejor entendernos en inglés?», Me di cuenta también de que todo el mundo sabe vivir mejor que nosotros del turismo. Cierto que tienen palacios fastuosos como Schönbrunn, Belvedere o Palacio de Invierno. Pero aparte del esplendor de Austria a lo largo de los 600 años de dominio de la dinastía Habsburgo, la de la España en cuyos dominios no se ponía el sol, lo que explotan básicamente se reduce al mito de Sissi y el de Mozart. Esto puede ilustrarse aludiendo a las vueltas que da la vida, porque Isabel de Baviera, la emperatriz que gustaba llamarse Sissi, fue poco querida por el pueblo durante el reinado del emperador Francisco José, que en cambio estuvo realmente enamorado de ella, y nunca se sintió cómoda en la encopetada corte de Viena, aunque después de su asesinato se convirtió en icono omnipresente y tras ser llevada al cine, encarnada por Romy Schneider, quedó como personaje de novela rosa y tapa de caja de bombones. Lo mismo, desgraciadamente, le sucedió a Mozart, cuyas óperas duraban muy poco en cartel y que murió en el olvido antes de recuperar su verdadero y extraordinario valor tras su corta vida y convertirse a su vez en caja de bombones, figurita de bola de cristal, imán de nevera, estuche de violín en miniatura y reclamo de todos los vendedores con peluca, chaleco y shorts dieciochescos que intentan colocar por las calles entradas para la ópera o para un concierto en alguno de los palacios suntuosos. Ahí va lo de que ellos saben vivir del turismo: la ciudad está limpia como una patena, los precios son carísimos, el trato es amable y todo el mundo quiere conservar impecable y limpia a la gallina de los huevos de oro.
En alguno de los tours en autobús informarán sobre los huéspedes queridos o no de la historia reciente, Hitler, Stalin, Trotsky, y dirán si coincidían o no en el Café Central; más tarde enseñarán a lo lejos el perfil de un par de torres antiaéreas, Flaktürme, hoy abandonadas, edificadas con paredes de tres metros de ancho que evidencian con su muda presencia que ni todo es romántico ni es oro todo lo que reluce.