En los alrededores del mercado de San Isidro, en Madrid, se ponían los gitanos con sus paradas montando un pequeño mercadillo. Una de las frases que vociferaban, con bastante arte y salero para vender sus productos era: «compre señora que me lo quitan de las manos, ¡me lo quitan de las manos oiga». Las mujeres, pocos hombres iban a comprar en aquella época a excepción de algún jubilado, se arremolinaban alrededor de los puestos, y regateaban el precio de los melones, los ajos, o las ropa interior que se ofrecía.
Un economista, de los listos, los otros se los dejamos al Gobierno y al FMI, diría que aquellos vendedores ambulantes estaba jugando con la escasez inducida. Creaban la falsa apariencia de que si no comprabas rápido te perderías la oportunidad de tu vida. Ríanse ustedes de los hombres de la publicidad a lo Don Draiper, los gurús del marketing no son nadie comparados con aquellos vendedores ambulantes.
Tras décadas de consumo desenfrenado hemos alcanzado una escasez real, no inducida, de absolutamente todo. Por eso de quedarnos en casa y hablar de lo nuestro, ya les va muy bien a otros soltar discursos sobre la terrible situación que sufre el pueblo de Venezuela, cada vez que les preguntan por la pobreza infantil en Andalucía o Catalunya, diremos que Menorca, según un estudio reciente, consume siete veces más de lo que su territorio produce. Vamos, que nos comemos y nos bebemos lo que no tenemos dejando una huella ecológica bastante significativa.
Y es que parece que alguien ha cogido un megáfono y desde lo alto de Monte Toro grita sin cesar, ¡vamos señoras, y señores, compren Menorca, que me lo quitan de las manos oiga! La Isla ya no da más de si se pongan como se pongan los amantes del ladrillo y lo fieles al hormigón. Es obvio que nos estamos ibizacando, perdón por el palabro.
Está en boca de todos lo que se ha dado en llamar turismofobia, y más desde los actos vandálicos que se han cometido para protestar contra este fenómeno. Pero cuidado con el lenguaje una vez más, los recortes son recortes no ajustes, lo que de verdad se ha generado es una fobia hacia el turismo masivo, descontrolado y extremo, no contra el derecho a que las personas viajen donde les plazca.
Nadie niega la importancia que tiene el turismo como la principal industria no solo de la Isla, sino de todo el país. Las preguntas son otras, ¿el turismo descontrolado crea reparto de riqueza o aumenta la desigualdad?. ¿Puede nuestra pequeña roca seguir recibiendo turistas como si no hubiera un mañana, o se debe regular de alguna manera para no matar la gallinita de los huevos de oro? ¿Es bella la playa de Macarella cuando hay miles de personas sobre la arena y cientos de barcos tapando el horizonte? ¿Optamos por un crecimiento sostenible a largo plazo que cree riqueza equitativa y respete los recursos, o nos lo seguimos comiendo todo a ritmo de Atila hasta que pete la isla y la vida se haga imposible como en Venecia? Y los que es aún más importante, ¿cuántas calderetas de langosta se está comiendo la gente a precio de oro sin saber que la mayoría de ellas vienen del Caribe porque el Mediterráneo ya no da abasto?
No tengo respuestas señoría, solo preguntas. Solo sé que escuchar a mi amigo Willy contarme como, en una noche loca y mágica, cantó «La Macarena» con un tipo disfrazado de Elvis en un karaoke de La Coruña levanta el ánimo a cualquiera. Y como de ánimos no vamos sobrados, no me parece poca cosa. Feliz jueves querido lectores.