Afortunadamente y a pesar de que tengo un pánico terrible a volar, he viajado mucho a lo largo de mis veintidoce años de existencia. He estado en todos los continentes a excepción de Oceanía y de los Polos, y atesoro una colección de recuerdos con un valor incalculable. Pero más allá de selfis, guardo celosamente experiencias que son conocimiento de causa y que en ocasiones me permiten moldear mi opinión sobre un tema, con más o menos cierto – no deja de ser un punto de vista personal que no necesariamente se debe compartir – pero con el conocimiento de causa que es una base muy sólida para hablar sin miedo a estar tremendamente equivocado.
Por eso, la definición de zonas turísticas a la que se ha llegado en Menorca es un cagarro o me lo parece al menos. No me mal interpretes ni te lo tomes por la vía escatológica. No es una idea marrón y maloliente. Es una idea que no me satisface y que creo que a la mayoría no nos satisface. Tengo la sensación de que es el resultado de un análisis hecho por gente que piensa más con el corazón que con la cabeza y que se ha dejado llevar por impulsos y no por argumentos. Más populista que popular. Y evidentemente gente a la que le falta conocer y ampliar su mente porque las zonas turísticas del planeta no se dividen simplemente en casos como Eivissa y casos que no. Hay matices y apreciaciones, modelos que se pueden copiar o al menos inspirar o tener en cuenta para argumentar más y mejor las decisiones como esta definición que a mi entender se queda coja.
Yo no quiero que mi Menorca sea ni se asemeje a Eivissa, que quede claro. Quiero un equilibrio entre los que vienen y los que están. No quiero que Menorca tenga miedo a los turistas ni tampoco les genere miedo ni inseguridades para que vengan, como es el caso. No quiero que haya más construcciones que esclata-sangs ni, como pasa, más kilómetros de carretera general en obras que sin o médicos y médicas que tengan como prioridad aprender catalán por encima de ser eficaces y eficientes. Lo que pasa es que para ello hace falta mucho trabajo, voluntad de hacerlo y una capacidad de gestión para la que hay que estar preparado. No basta con pensar en titulares y en fotografías para la galería, hay que arremangarse la camisa para, como mínimo, estar a la altura del cargo que se ostenta. Porque a Menorca le hace falta, por responsabilidad y con convencimiento.
El turismo nos es necesario porque no hace falta ser un lumbreras, ni una lumbreras, para ver que el presente y el futuro de Menorca sin los turistas es pluscuampertectamente negro. Y si pensamos que la alternativa al turismo es que todos nos dediquemos al campo convendría explicarles a los ingenieros e ingenieras de semejante idea que para trabajar en el campo hace falta ser de una pasta muy especial y por ello las mujeres y los hombres que lo hacen tienen toda mi admiración. Y esto es igual en Eivissa, Tailandia o Perú.