Nos estamos cargando el planeta, el espacio y el ciberespacio. Así, por este orden. La especie humana y 'humano' tenemos una capacidad autodestructiva brutal y nos empeñamos en ensuciar todo aquello que nos rodea. No estábamos satisfechos ensuciando nuestras calles y nuestros mares que nos propusimos llenar de mierda el espacio pensando que ya, si eso, otra generación o especie se encargará de limpiarlo. Y con la irrupción de los smartphone nos hemos propuesto inundar de basura el ciberespacio con fotos y vídeos, fundamental y mayoritariamente, que no sirven para nada.
Pensamos que el ciberespacio, o 'la nube', es infinito y que nunca se va a llenar por lo que actuamos con manga ancha en nuestros perfiles de redes sociales infestándolas de material que le aporta poco o nada a la existencia humana. Y yo el primero, ojo. Claro que por un lado nos complace compartir lo que hacemos y que otros y otras vean dónde estamos, qué comemos o qué pensamos, pero la inconsciencia hace que olvidemos que mientras nuestro paso por el planeta es efímero, caduco y circunstancial, el rastro cibernético que dejamos es inmortal. Triste, ¿a que sí?
Vivimos en una sociedad de excesos y lo queremos todo y lo queremos ahora, sin entrar a valorar los matices que tienen las cosas. Por ejemplo, cuando disfrutamos comiendo en un restaurante estamos más preocupados en compartir una buena foto que en disfrutar de la pasión, el cariño y la dedicación que nos regala el o la artista de la cocina. O cuando visitamos un monumento único donde nos prima el ángulo del selfi que nos sacaremos que la precisión con la que los maestros tallaron la roca.
Nos volvemos francotiradores bizcos de la realidad. La mayoría disparamos nuestros dispositivos móviles sin piedad, sin escrúpulos y la mayor parte de las veces sin puntería para acabar retratando algo que nos hace mucha ilusión pero que no aporta apenas nada. Lo compartimos y automáticamente se almacena en 'la Red', ese espacio tenebroso en el que cabe todo, aunque carezca de valor. Somos Diógenes de lo online.
Lo peor es que nos marcharemos de esta vida dejando tras de nosotros un rastro más grande que de calidad. Eso si, mientras nosotros encontramos libros interesantísimos, pinturas rupestres o cerámica de incalculable valor, nuestras generaciones venideras encontrarán selfis, fotos de comidas y de pies, y un porrón de basura ciberespacial.
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