El lenguaje es poderoso. Miguel Hernández sabía que la moral de las tropas republicanas subía cuando les recitaba sus poemas en el frente. La bala mata, y la palabra incita. Y puede incitar al odio, o a la reconciliación, puede ser sanadora, o hiriente como ella sola.
La secta política sabe del poder de la palabra, por eso utilizan tan torticeramente el leguaje, pervirtiéndolo en su beneficio. Otros grandes pervertidores del lenguaje son los agentes inmobiliarios, ya saben, queridos lectores, donde el resto de la humanidad ve un piso oscuro sin ventanas, ellos ven una vivienda tranquila y recogida. No dejes que una mala frase te arruine el negocio, «es el mercado amigo», que diría el ético y honrado señor Rato.
El paso del tiempo también cambia el lenguaje. Cuando iba a sexto de EGB, allá por el año 1979, sin comentarios del paso del tiempo por favor, inauguraron en mi colegio el aula de especiales. Era un aula al final del pasillo donde estaban todos los niños a los que los adultos llamaban subnormales y a los que medio escondían por miedo a que pasase algo. Que peligrosa es la ignorancia que provoca el temor hacia el diferente.
El 11 de abril de aquel año se celebró en España el Día Nacional del Subnormal. Ese día las mujeres, siempre las mujeres cuidando bajo el yugo patriarcal que está costando tanto quitarnos de encima, salían a la calle a poner unas mesas con unas huchas para postular, lo que los milenial conocen como hacer crowdfunding, vamos, pedir pequeñas aportaciones de dinero para ayudarlas con sus hijos subnormales. Un año después, 1980, fue declarado Año Internacional de Subnormal, y se emitió un noticiero en TVE que arrancaba con la frase: «Cuarenta millones de personas en el mundo son subnormales».
El término derivó en algo peyorativo y hoy en día nos repele a todos que alguien se refiera a una persona con síndrome de Down, por citar el ejemplo más conocido, llamándole subnormal. La RAE mantiene la definición de: «Dicho de una persona que tiene una capacidad intelectual notablemente inferior a la normal», pero quién carajo sabe lo que es normal y lo que no.
Los profesionales del sector, por esa necesidad de afinar el lenguaje para que se ajuste cada vez mejor a la realidad que intenta describir, abandonaron el término subnormal. Se paso a hacer hincapié en la condición de persona, básico para conservar la dignidad, independientemente de tus limitaciones, o de tus habilidades, y se acuñó: personas con discapacidad. Hasta el más actual, personas con diversidad funcional. Haciendo un alegato por un: todos diferentes, pero todos iguales en derechos.
No durará mucho, ahora sonaría raro que alguien soltara un «diferente funcional» como insulto, pero tampoco lo era celebrar el Día Nacional del Subnormal hace 30 años. Piensen que incluso palabras como «equidistante» se han convertido en un insulto recientemente, porque en algunos temas, o estas con nos, o estas contra nos, que diría el cruel papa Borgia. Pero aún así, hay que seguir afinando las palabras, porque si el lenguaje no fuera poderoso, ¿creen ustedes que los bancos hubieran comprado tantos medios de comunicación, o que el gobierno se hubiera molestado en aprobar una ley mordaza?, ni de coña. Así que mientras nos den un hueco para seguir escribiendo no dejaremos de opinar, aunque algunos ignorantes se crean que nos hieren cuando nos llama subnormales, porque quien entrega la palabra, entrega el poder y renuncia a su dignidad. Feliz jueves.