Mariano Rajoy y supongo que el resto del Gobierno pensaron que convocar elecciones en Catalunya iba a ser la panacea que resolviera la situación. Algunos de ellos decían: «Lo que tiene que hacer Puigdemont es presentarse a las elecciones». Hace falta ser ignorante, no tener ni puñetera idea de cuál es la actitud actual enardecida por lo que les han hecho creer a los separatistas catalanes. Si había un momento más inoportuno para convocar elecciones, el PP supo encontrarlo ¿Y ahora qué? Con unos jueces que tampoco parece que manejan la situación con la contundencia y claridad para que lo entendamos todos y no haya dudas de a qué atenerse respecto a Puigdemont. Que si viene será automáticamente detenido, que si tiene que pedir permiso al juez para asistir a la investidura, que si el juez puede darle permiso o negárselo, que en caso de ser elegido en menos de diez días será cesado, que si patatín, que si patatán. Un Puigdemont que también se da buena maña en liar la madeja. El lunes 29 le pide amparo al Sr. Torrent, después de haberlo hecho por enésima vez solicitando la garantía de que si venía a Catalunya no iba a ser detenido, en consecuencia encarcelado. Un Puigdemont al que no le acaba de entrar en la cabeza que ya no es el molt honorable president de la Generalitat catalana, por mucho que siga creyéndose protegido por ese cargo que ya no tiene. Por el mismo o por consejos que le dan, está perpetrando toda suerte de absurdos sainetes que más que actos serios parecen esperpénticos homenajes a los Álvarez Quintero. Siempre tuve para mí, aquello que decía Tarradellas: «En política se puede hacer de todo menos el ridículo», ¡pobre!.. Que espato emocional si llegase a ver lo que ha sido esto con Pujol, Mas y ahora la guinda de Puigdemont. Los catalanes no se merecen esto, bueno ni los catalanes ni ninguna autonomía. Buscando, si se me permite un símil con el futbol, dicen quienes saben de este asunto que el mejor árbitro es aquél del que no se habla después del partido. Con estos honorables presidents pasa justo al revés como diría aquélla que están siempre en el «candelabro».
Fíjense a que extremo de no tener las cosas nada claras que el martes día 30 de enero a primeras horas de la mañana, nadie sabía con certeza cuál era la situación sobre el pleno de investidura, hasta que viendo el enderrossall que se les venía encima de insistir en la misma, con un Puigdemont incapaz de intentar presentarse no fuera a ser que lo detuvieran, el Sr. Torrent sabiendo a lo que se arriesgaba optó por cumplir de paso el amparo que le solicitó por carta el exhonorable Puigdemont, pero para liar más la troca se estaban a esas horas registrando los maleteros de los coches en las entradas a Catalunya, incluso se ha dicho que se han revisado alcantarillas. ¡Hombre! Si no somos coherentes seamos por lo menos sensatos, porque me pregunto, con toda la gente que va y viene a Bruselas a ver a este hombre ¿no tenemos en nómina ni a un solo capacitado que controle sutilmente al fugitivo de la Justicia para saber si va o si viene? Es un esperpento esperar a que pueda asomar su pelambrera levantando la tapa de una alcantarilla. Esto es el resultado de haber visto un exceso de películas de Bond, James Bond, y luego lo de las máscaras, con docenas de separatistas con una máscara en el cogote como si todos fueran Puigdemont o acaso como adelanto del carnaval. Por segunda vez, tengo que echar mano en este artículo del ¿y ahora qué? Los parlamentarios catalanes deben de estar tan atónitos como lo está el resto del país. La investidura ha sido aplazada pero no anulada a la espera de vaya usted a saber qué. De momento, no veo nada seguro que amanezca un día primaveral donde sin ningún problema el fugitivo de Bruselas como si viniera de bailar una sardana sea recibido en el Parlamento catalán.
Mientras tanto, el Sr. presidente con todo este galimatías no tiene que soportar la presión sobre las elecciones valencianas del Sr. Camps.