Según la concepción filosófica del «eterno retorno» el mundo debería extinguirse para volver a repetirse, lo cual puede que suceda incluso en el transcurso de una vida humana, sin tener que destruir gran cosa. Se me ocurrió esta idea estando en la recepción que Jean Paul, actual propietario de Sa Bufera, ofreció junto con su pareja Marie Helene el día de San Juan, a la hora de los juegos d'Es Pla de Sant Joan. La vista era espléndida, el clima suave, los juegos vistosos, el público un hormiguero humano, los toques de fabiol una melodía que abría paso en la memoria a la tradición ancestral. Ahí está el ciclo del eterno retorno. Podría empezarse un relato con estas pocas palabras: «Todos los años, el 24 de junio, la cabalgata bajaba al Pla de Sant Joan» Y en versión original «Com cada any, el dia de Sant Joan, la qualcada baixava al Pla» Ya sé que algunos prefieren «Es Pla» Entre gustos no hay disputas, o no debería haberlas. Lo curioso es que yo nací a cuatro pasos de allí, en una casita del camino de Santa Bárbara, hace casi siete décadas. Todos los días bajaba por la cuesta hacia Baixamar, o bien me enfrentaba al viento de tramontana caminando hacia Dalt Es Penyals (que por cierto alguien tradujo como «arriba los pañales») Todos los días jugaba con Toni Allès y sus hermanos, cuyo abuelo era el lamo de Sa Bufera. Más adelante coincidí allí con Antonio Villalonga, que vino de Es Mercadal y fue alumno de Calós, antes de llegar a senador. En la cueva de Sa Bufera había profusión de balas de la guerra civil, y un poco más arriba estaba el cuartel de los soldados y las casas de los oficiales. Pues bien, hasta que Jean Paul no hizo descubrir las rocas, para que figuraran olas de piedra, no supimos que había enterrada allí una mujer romana, con algunos utensilios funerarios. El eterno retorno: vienen los romanos con su civilización, pasa la guerra con su mortandad, sopla el viento desolado de tramontana, somos niños, vuelve San Juan, llega Jean Paul, suena el fabiol o caramillo y todo vuelve a empezar. Ni siquiera hace falta destruir el mundo, o acabarlo de destruir.
La comitiva de San Juan es muy vistosa. Los caballeros visten de chaqué y se tocan con sobrero de teja, solo los encumbrados llevan pantalón blanco, pero todas las espuelas parecen de plata y relucen bajo el sol de junio como las estrellas de espejo de los caballos, todo eso mientras recorren el círculo de los tiempos. Muchos ya murieron, a otros la muerte les llegará más tarde.