El apocalipsis es inminente queridos lectores, las señales son inequívocas, o eso debe pensar algunas lumbreras, basta con hojear este mismo diario para darse cuenta. Parece ser que a un sujeto, o grupo de ellos, le ha dado por cortarle la cabeza a las gallinas que pululan por la zona de Dalt San Joan, en Maó, y encender un cirio en medio. Los compañeros de la Redacción apuntan a que podría tratarse de santería. O también podría ser que el sujeto, o sujetos, en cuestión estén más para allá que para acá, porque se ha inflado a ver películas sobre el vudú del estilo “La maldición de Chucky” y su visionado les ha dejado el cerebro frito, a saber.
Lo cierto en historias como esta es el tirón mediático que tienen. Se puede publicar que el paro sube un chorrocientosmil por ciento este verano y el número de visitas será ridículo comparado con la noticia de una gallina decapitada, o un doctor que graba a sus compañeras en el vestuario. Esto es así, intrínseco a la condición humana, el morbo, el cotilleo y la alegría por el mal ajeno. En cero coma segundos circulaban por wasap personas que pedían, casi exigían, saber el nombre y los apellidos del doctor mirón. Por cierto esa alegría que se siente por los problemas ajenos tiene un nombre en alemán ‘schandenfreude' (lo sé por un cuadernito de vacaciones para adultos que me regaló mi amigo César. Datos absurdos que ocupan mi limitado cerebro).
Ya han pasado diez años desde que estalló la gran estafa a las que los listos de turno llamaron crisis. Nadie negará, excepto los tertulianos de los programas de Telecirco con menos neuronas que muslitos de pollo hay en la nevera de un vegano, que estamos rematadamente peor que antes de todo este show macabro. La desigualdad crece como loca, el número de ultra ricos en nuestro país se ha duplicado, y el número de pobres se extiende como una cruel mancha de aceite imposible de parar. Pero oigan, qué es eso comparado con saber que la reina compiyogui ha vuelto al color rojo que le es súper favorecedor.
Que una empresa holandesa monta un piso colmena en Barcelona para que la gente viva en espacios del tamaño de un ataúd, pues es el mercado, amigo. Que el precio del alquiler está creando una burbuja que nos reventará en la cara, pues es la globalización, chiquillo. Que los centros de las ciudades se llenan de hoteles mega pijos y con un encanto que te cagas, mientras los vecinos se ven empujados a las periferias y así muere la vida de los centros históricos, pues qué quieres que te diga, que trabajes más y cobres menos que hay que apretarse el cinturón, quejicas de las pelotas.
Lo recogió Baroja en su obra «El árbol de la ciencia», se debe elegir entre el árbol de la ciencia, del conocimiento, de la sabiduría, camino arduo donde los haya, pero auténtico y enriquecedor. O el árbol de la vida, donde se entiende que el que más lee más sufre y por lo tanto es mejor vivir gozosamente la ignorancia. Adán comió del árbol de la ciencia y fue expulsado del paraíso, eso lo dice todo de las religiones.
Modestamente pienso que el árbol elegido por muchos es el que ilustra este artículo, el árbol de la basura. Alguien pensó que era buena idea usar el macetero de papelera, y nadie quitó la primera lata depositada, sino que cientos de boludos siguieron a su líder y dejaron el árbol hecho una mierda. Viendo estos comportamientos, igual va a ser verdad lo del apocalipsis y nos pilla sin cerveza en la nevera, les dejo que cierran el supermercado. Feliz jueves.