«Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados...», toda la razón, Quevedo. Un poema es el último recurso que nos queda. Los sentimientos son harto difíciles de definir y de dejarse atrapar por las palabras. Cuando la situación te irrita y causa dolor, tienes el verso. Para que la realidad no sea siempre tan prosaica. Tu situación fue muy diferente de la mía, en aquel Madrid y aquella Corte del siglo XVII... más los dos sabemos, tú primero, que «poderoso caballero es don Dinero».
¿Qué dirías hoy ante tamaña sarta de injusticias, abusos, mediocridad y ruindades? Hoy la mayoría calla, o sea, otorga. El voto se ha tornado veto. Más que defender un proyecto o un programa, vamos contra otros. Mueven más el temor y el rencor que la fuerza positiva que deriva de la ilusión o la esperanza. El miedo es un sentimiento difuso que paraliza o te desvía del camino. No meterse en líos y dejar hacer a los que mandan es ahora la consigna triunfante. De miope a miope, don Francisco, la cosa está hasta tal punto enrevesada que no alcanzamos a vislumbrar el horizonte.
Ante los que quieren amedrentarnos, ya sea de forma sutil o descarada, ante tanto fanático y fanática que desprecia lo ajeno para imponer lo propio, yo repito las palabras valientes de aquel soneto suyo, hoy más necesarias que nunca: «No he de callar por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo».