Los habitantes de Wellintong, capital de Nueva Zelanda, reciben el nuevo año unas doce horas antes que nosotros. Así que si durante ese tiempo tuviéramos un amigo en el país del kiwi, y la Haka, que nos telefoneara, podríamos decir que nos llaman desde el futuro. Estaría cada uno a un lado del teléfono hablando simultáneamente, pero desde años diferentes. Y quizás sería un margen suficiente para preguntarle a James, pongamos que se llama si nuestro amigo neozelandés, ¿cómo es el año nuevo?, ¿qué tal ha empezado? Más que nada, por si lo ve muy chungo no ir nosotros. Si hubiera alguna manera de mandar la bola del reloj de la Puerta de Sol de Madrid otra vez para arriba, y parar un poquito el tiempo para pensar bien las cosas, lo haríamos, porque muchos de los males que nos afectan vienen, precisamente, por no pararnos a pensar, el estrés es muy malo.
Y en estos pensamientos inútiles estábamos cuando caímos en la cuenta de que ya no queda nada para que vengan los Reyes Magos. Y que con ellos los dueños de Amazon se frotan las manos porque se van a hacer un poquito más ricos. «Todo sea por la sonrisa de un niño», nos repetimos una y otra vez, mientras tecleamos el número de la tarjeta de crédito en el ordenador para que nos lleguen las cositas que los niños chinos fabrican con sus manos, ¡alto ahí!, ¡espera!, igual los niños de Pekín no se ríen tanto con este invento. Pero tampoco haremos ahora un alegato contra el consumo desaforado, no apetece nada ponerse demasiado serios, y además me temo que sería completamente inútil, yo no predico con el ejemplo, así que ahí lo dejamos.
En lo que sí creo que estaremos de acuerdo, queridos lectores, es en que la vida sin magia sería mucho más triste, o cuanto menos algo más aburrida. Y no me refiero solo a los espectáculos del gran Tamariz, o del Mago Pop, sino a ese deseo ingenuo de que algo pase de forma inexplicable. Y en eso los tres Reyes Magos son los que más molan. Para empezar son reyes sin reino y por lo tanto sin súbditos, y su única misión es repartir regalos y buen rollo allá donde se les espera. Más solidarios imposibles, mi madre me dijo que con dejarles una copita de vino, un polvorón y agua para los camellos se conformaban. Y llevo medio siglo haciéndolo, porque madre solo hay una, y suelen ser muy sabias.
Por otra parte, siento mucho decir esto, pero me dirijo a ti Baltasar, el preferido de muchos niños, ten más cuidado que nunca, hay un nuevo brote de racismo y xenofobia que hace que tu trabajo sea cada vez más chungo, entenderíamos perfectamente que te pillaras una baja para proteger tu salud. Aunque a lo mejor estos nuevos seres fabricantes de odio, que se ahogan en su mar de contradicciones, dejan pasar a tres inmigrantes venidos de Oriente, aunque uno sea negro para más inri, y con los tres camellos cargados hasta las trancas. Igual a vosotros os abren esos muros tan humanos y cristianos que quieren construir en cada frontera.
Este año, para cerrar, os pido públicamente unas cositas para Menorca: que se solucione el tema del agua que pinta muy mal. Que el transporte aéreo funcione como si fuéramos un país de Europa. Que para temas muy tochos, como la carretera general, se curren los responsables el consenso y el dialogo para no enfrentarnos. Y que no nos parezcamos en nada a Eivissa en los temas de vivienda, perdón a la isla hermana, pero es lo que hay. Y a James llevadle una sobrasada de nuestra parte, que lo va a flipar allí en el futuro. Salud y feliz jueves.