Unos 120 millones de euros en juego, dinero procedente de miles de clientes en todo el mundo, encerrados virtualmente en el ordenador portátil de su joven marido fallecido de forma repentina, y usted ¿se imagina? sin poder dar con la contraseña que desbloquea el maldito trasto. Pues esto es lo que le ha ocurrido a Jennifer Robertson, viuda de Gerald Cotten, director ejecutivo y fundador de QuadrigaCX. Para la mayoría de la gente que contamos monedas y aún introducimos con aprensión la firma electrónica de nuestra cuenta bancaria, el tal Cotten era hasta ahora un desconocido. Pero resulta que QuadrigaCX es la mayor plataforma de cambio de criptomonedas de Canadá, bitcoins –la más popular–, dogecoin, litecoin, etherum..., moneda virtual que puede ser operada como la tradicional pero que se escapa al control de estados e instituciones financieras.
El hecho de que su director se lleve las claves a la tumba, seguridad antihackeo en modo extremo, admito que es una de esas noticias tentadoras para indagar en ellas, porque pueden dar para un jugoso guión de cine. Hay inversores que piensan que todo es ficticio y que el muerto no está muerto sino de parranda con las criptodivisas, y desde luego hay numerosos peritos informáticos intentando piratear el sistema, mientras la viuda en declaración jurada asegura que no ha encontrado clave o contraseña escrita en ningún sitio. Total, en algún trozo de papel o algo físico, almacenado físicamente en un lugar seguro, pero nada de nubes, aquí en la tierra y con el clásico mensaje de «si me pasa algo, aquí está querida el listado de cosas y claves que necesitas saber».
A la espera de que se investigue la verdad, la historia me ha hecho pensar en la cantidad de contraseñas que llegamos a manejar para multitud de gestiones o para el ocio en las redes, y lo perdidos que estamos simplemente cuando el móvil muere y no hemos apuntado ni memorizado, agotados ya, ni un solo número de la agenda. A este paso habrá que dejar en testamento todas las llaves que abren nuestra vida virtual.