El ejercicio de la política no tiene exigencia respecto a qué estudios debe de tener el neófito que por primera vez figura su nombre en una lista electoral. De tal suerte que tenemos políticos con brillantes currículos académicos y políticos de una increíble orfandad intelectual. Tengo prisa en decir que eso nunca fue un hecho que me mereciera una especial preocupación, toda vez que mi primera exigencia es que el político sea honrado, la honradez le hará digno y una persona digna jamás arramblará ni con el dinero que no es suyo ni con el cargo que no merece. Para ejercer de político debe bastar el grado de preocupación que se tenga hacia la ciudadanía que les vota y les paga el sueldo, porque un político es también un asalariado, solo que elegido democráticamente.
Lo dejo ahí por no pecar de retórico, solo déjenme añadir que sí que hay algo que debería de ser norma de obligado cumplimiento: a los políticos se les debería exigir por lo menos un conocimiento de la Carta Magna, conocer en extenso la Constitución me parece exigible, porque es poco edificante que los políticos ignoren el catecismo en el que se tiene que basar su gestión futura, no vaya a ser que pase como lo del maestro ciruela, que no sabía leer y puso escuela.
Termino y lo hago con orgullo, diciendo que conozco políticos de pequeños ayuntamientos de aquí del centro de la Península Ibérica sin titulación académica, que les pueden dar lecciones a otros que pululan por enmoquetados despachos cuya gestión causa sonrojo. La honradez es el más grande aval que adorna a un servidor público.